Por las no tan bellas imágenes que estoy viendo de mi misma, ya me parezco a Ozzy Osboure… no me tiño más y listo.
Es como si los últimos años, la depresión provocada por mi forzosa entrada al Instituto (dicho así, parece psiquiátrico, pero no) para perfeccionarme en esta carrera que no estoy corriendo (y la tristeza que me causa perder divinas horas en eso en lugar de solo escribir porque me resulta vital), me recordaran brutalmente esta mañana que se me cayó la estantería “pesadamente”, diría.
No es que no lo estuviera notando, pero, la verdad que si no lo veo… no asumo que todo mi cuerpo estaba más “al norte”.
¡Imperialismo salvaje!
Pero mi mente es otra cosa… sigo recordando sucesos altamente “impasables”, como lo que pretendo relatar y que surge luego de releer: las dos entradas anteriores…
Tras el asunto de la “fiesta que no ocurrió, cárcel a la culpable, excarcelación y electroshock en el nosocomio correspondiente”, finalmente me sacaron la camisa de fuerza (¡Las otras internas! y me condujeron a un estudio de televisión para que me reportearan. Maravillas de la prensa sensacionalista…
Era mi momento de gloria, mi cuarto de hora, mis quince minutos fe fama, en los que estaba contando tranquilamente lo que me hicieron esas brujas, cuando la señora esposa del tal William (llamémosle, “el damnificado”), surgió de entre el público que colmaba las gradas del lugar. Pasó tras los dos camarógrafos y me espetó algo en perfecto inglés que no entendí, pero me sospecho… ya que el resto de la concurrencia hizo: “OOOOOOOOOHHHH!!!!!!”. Paso seguido, procedió a extraer un adminículo de similares dimensiones a un bazooka de una carterita no más grande que un cenicero redondo (chico), que se cargó furiosa al hombro (debo decir que, admirablemente, puesto que le quedaba varios talles más grande) cual Carrie Fisher contra Belushi en la película de los Bluesbrothers… ¡Y se preparó a dispararme!. Corrí a parapetarme tras el sillón del presentador mientras todos los demás iniciaron una estampida breve pero eficaz. Ahí nomás apareció el gigantón marido de la dama y se la llevó sin decir palabra con las patitas colgando para afuera… ¡Qué salvada! ¿Ven que es un héroe?
De otra manera, yo no viviría para contarles.
Me resulta claro que esta familia tiene algo en mi contra, lo que me recuerda otra anécdota que ya he narrado en: “Tribulaciones…”
Mi hija dice que es por lo de Julia Roberts… (quien yo creía era la mujer de este hombre), y mi criaturita me contó que no: “¡Eso fue hace como veinte años, ma!”
¡Cómo pasa el tiempo!
Eso lo explica todo…
Opinión a: artistinconcluso@gmail.com
Es como si los últimos años, la depresión provocada por mi forzosa entrada al Instituto (dicho así, parece psiquiátrico, pero no) para perfeccionarme en esta carrera que no estoy corriendo (y la tristeza que me causa perder divinas horas en eso en lugar de solo escribir porque me resulta vital), me recordaran brutalmente esta mañana que se me cayó la estantería “pesadamente”, diría.
No es que no lo estuviera notando, pero, la verdad que si no lo veo… no asumo que todo mi cuerpo estaba más “al norte”.
¡Imperialismo salvaje!
Pero mi mente es otra cosa… sigo recordando sucesos altamente “impasables”, como lo que pretendo relatar y que surge luego de releer: las dos entradas anteriores…
Tras el asunto de la “fiesta que no ocurrió, cárcel a la culpable, excarcelación y electroshock en el nosocomio correspondiente”, finalmente me sacaron la camisa de fuerza (¡Las otras internas! y me condujeron a un estudio de televisión para que me reportearan. Maravillas de la prensa sensacionalista…
Era mi momento de gloria, mi cuarto de hora, mis quince minutos fe fama, en los que estaba contando tranquilamente lo que me hicieron esas brujas, cuando la señora esposa del tal William (llamémosle, “el damnificado”), surgió de entre el público que colmaba las gradas del lugar. Pasó tras los dos camarógrafos y me espetó algo en perfecto inglés que no entendí, pero me sospecho… ya que el resto de la concurrencia hizo: “OOOOOOOOOHHHH!!!!!!”. Paso seguido, procedió a extraer un adminículo de similares dimensiones a un bazooka de una carterita no más grande que un cenicero redondo (chico), que se cargó furiosa al hombro (debo decir que, admirablemente, puesto que le quedaba varios talles más grande) cual Carrie Fisher contra Belushi en la película de los Bluesbrothers… ¡Y se preparó a dispararme!. Corrí a parapetarme tras el sillón del presentador mientras todos los demás iniciaron una estampida breve pero eficaz. Ahí nomás apareció el gigantón marido de la dama y se la llevó sin decir palabra con las patitas colgando para afuera… ¡Qué salvada! ¿Ven que es un héroe?
De otra manera, yo no viviría para contarles.
Me resulta claro que esta familia tiene algo en mi contra, lo que me recuerda otra anécdota que ya he narrado en: “Tribulaciones…”
Mi hija dice que es por lo de Julia Roberts… (quien yo creía era la mujer de este hombre), y mi criaturita me contó que no: “¡Eso fue hace como veinte años, ma!”
¡Cómo pasa el tiempo!
Eso lo explica todo…
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