"Cada hoja es todas las hojas del innumerable Arbol de los Relatos"

Tuesday, December 08, 2020

Caso Ranser

Participé del Tercer Mundial de Escritura hace cerca de un mes atrás. Consistía en escribir todos los días, bajo consignas dadas por otros escritores. Mi equipo arrancó teniendo 10 participantes y al final, quedamos solo cinco.

Este fue mi texto preferido, escrito el día 6:

Mi mamá era muy buena con la jardinería. Lo heredaba de su papá jardinero (era de esos que escriben fechas con las pequeñas plantitas del mismo color o te hacen un laberinto con arbustos). Madre me decía que nunca había salido al jardín, hasta que el abuelo murió. Mientras cuidaba a la abuela, fue tratando de seguir manteniendo las formas de cada seto y aprendiendo a cuidar esta casa, en la que ahora estoy. Repito su experiencia, ahora que ella tampoco está, como si este lugar cargado de recuerdos, marcase el pulso de nuestra existencia familiar. Ahora me toca a mí, pasar por esa fase, de adaptarme a este espacio, de dibujar paisajes, salpicando de colores la alfombra verde de un fondo que vale oro. Todos los que vinieron a darme el pésame me lo dijeron. Quizás porque ellos se van, después de disfrutar un domingo bajo un palo borracho centenario, inmenso, el más grande que haya visto en mi vida. Ya era enorme cuando era niña y venía a pasar las tardes con los abuelos.

Tenían un equipo de música, de esos que antes había en las casas, a los que les decían "combinados", ya que además del "toca-discos", incluían una radio. Era la tecnología de punta de los '70, grande como una cómoda, con dos puertas. Una de ellas se levantaba, para poder poner los discos y almacenaba hasta cincuenta "larga duración" de treinta y tres revoluciones por minuto en ese compartimiento secreto que ni se notaba cuando estaba cerrado. En la otra mitad del mueble, del lado del frente, la puertita que escondía al enorme dial, que se iluminaba y me causaba tanto asombro de chiquita, se abría y quedaba como uno de esos estantes que se usan para los teclados de las computadoras, atornillados bajo los escritorios. Esa radio, captaba emisoras de países limítrofes (cuando el éter era como el ciberespacio ahora). Fue mi juguete preferido, mi amigo fiel, con sus seis parlantes, por los que podía escuchar los distintos canales de audio de la banda sonora de la película "Submarino amarillo", lo que en casa era imposible, con el Winco monoaural.

Me encantaba ese artefacto, mucho más que los muebles antiguos que en esta casona, son parte de cada cuarto... pero por más que lo pienso, es imposible conservarlos, no puedo llevarlos conmigo cuando me mude. Regalé algunos, a los interesados de siempre, "no podían comprármelos", pero me hicieron sentir un terrible remordimiento cuando mencioné que estaba mal de plata y quería venderlos: "¿A extraños? ¡No tenés corazón!"

Después me enteré que la bruja que me dijo eso (y se llevó la cabecera de la cama de mis padres y las mesitas de luz haciendo juego), anduvo diciendo que seguro se murieron por mi falta de cuidado... sugirió que había seguido el consejo de la amiga de mi vieja: "Está sufriendo mucho, no le des la pastilla de la mañana, dejala descansar en paz".

Son terribles interesados, cuando los necesité, brillaron por su ausencia. Pero venir a saquear no les parece malo, a mí sí. Desde ese momento, optimicé esas dotes de recicladora que llevo en la sangre y me puse a desarmar todo, para poder sacar a la calle algunas cosas, que por ser tan enormes, no había manera de bajarlas del piso de arriba en una sola pieza. Prefiero que los rescate y aproveche el primero que pase y los vea en la vereda. Desguacé todo, parte por parte y un día, terminé.

Cuando aparecieron esos miserables de mis primos y no encontraron nada más para llevarse, se armó una discusión tremenda, me trataron de asesina, me quieren denunciar, por hacer uso de la eutanasia. A la envidiosa de Mabel, la sacaron a los gritos, casi me pega. Me parece que los demás piensan lo mismo, aunque callaron.

Creen que me siento culpable por no haberle dado los remedios a mamá, pero es más que eso lo que me oprime en lo profundo del corazón... no tengo perdón de Dios. Cargaré este peso por siempre, no hay castigo que me redima de este crimen.

Yo maté al combinado Ranser.

Friday, August 14, 2020

Don´t kill, Will (Persecusión de una mujer implacable)

El actor Liam Neeson está sentado en su camioneta, en el estacionamiento del aeropuerto JFK de New York. 


Piensa para sí mismo que es un alcohólico alguacil federal que trabaja en el servicio de policía aérea. Sabe como hacer verosímil su papel en esta película (tan parecido a otras que ha filmado en esta etapa de su carrera).
Me preocupa. Creo que está deprimido. Siempre puedo detectar eso en los hombres de mi vida…
Su personaje se llama William, como él, y ha perdido a su pequeña hijita por un cáncer. No pudo superarlo y arruinó su matrimonio. Ahora enjuaga el cepillo de dientes en el mismo vaso del que va a beber amargamente el líquido que lo mantiene despierto, tras mirar la botella que sostiene en su otra mano. Trata de disimular el aliento con algún spray que se rocía en la boca y camina hacia su trabajo, observando a los que abordarán con él el avión a Londres. Es muy profesional, por supuesto. Y a pesar de ser un pistolero con placa, muy venido a menos, aún conserva cierto encanto que despliega cuando se acerca a una niña que teme subir sola al avión.
Yo sé que esa pequeña le recuerda a la suya, porque ya vi antes: “Non stop[1]”.
Pero no voy a permitir que la historia escale hasta el final de nuevo. No me gustó. Me parece que merece una segunda oportunidad (no me refiero al film, sino a Neeson).
Voy a salvar a este hombre de este bochorno en el que se ha metido. Solo en unos minutos, su personaje se va a encontrar con el de Julianne  Moore, la que se va a sentar a su lado, con la excusa de que quiere viajar viendo por la ventanilla. Me gustaría estar en el lugar de ella… pero sé que no le llamaría la atención. No soy tan bonita y él no es ningún gil. Tengo que hacer algo más drástico.
Lo único que se me ocurre es amenazarlo con que hay una bomba en el avión. Como ya dije, es muy profesional y no le va a quedar más remedio que registrar todo y venir hasta los asientos baratos en los que estoy viajando.
Ahora debe haber recibido mi mensaje de texto…


Debe estar leyendo: “Hello marshal… si no me hace caso, el avión va a estallar en veinte minutos.”
¡Funcionó! Me está contestando: “¿What?”
¡Rayos! No habla castellano. Pero esta es mi versión de la historia. Así que él va a usar el traductor en línea o va a comprender rápidamente (es la magia del cine):
_ ¿Qué pide?
_ Que me preste atención. Es muy importante ¿Tengo su atención ahora?
_ Por supuesto.
_ ¿Leíste “Botella al mar[2]?
_ ¿?
_ ¿Puedo tutearlo? Si no hace todo lo que le digo, estrello el avión.
_ ¿Cuál es su pedido?
_ No se levante de su asiento. Si se acerca a mí hago estallar esta nave…
_ Tiene mi atención...
_ Esto va aparecer extraño, pero es muy importante. Siendo un intérprete tan dúctil ¿Por qué persistir en hacer estos bodrios? Me gustaría que reflexionemos al respecto.
_ Soy un alguacil… me confunde con otro.
_ No. Sé la verdad. Sé quien sos. Los demás están actuando y no me gustaría interferir en sus incipientes carreras. Solo en la tuya, William.
_ No quiero hablar de eso…
_ No hay opciones. Aprieto el botón y listo. Termino la película acá y se pudre todo.
_ ¡No!
_ ¿Tengo tu atención ahora?
_ Sí…
Caramba. No esperaba que fuese tan sencillo. Siempre pensé estratagemas muy complejas para acceder a este hombre. Nuestras vidas llevan muchos años sin cruzarse. Siempre tuve la sensación de que cuando él camina hacia el oeste, yo hago lo mismo. Si vira para el otro lado, a mí me pasa igual. El problema, es que así no nos vamos a encontrar.
Hollywood nos enseño que los finales felices son posibles, pero la vida es diferente para los que no triunfamos. El glamour escapa a nuestros destinos suburbanos.
¿Cómo explicar este dilema en pocas palabras?
Dije entonces:
_ Osvaldo Soriano era un escritor argentino que para ir a Hollywood se tomó un avión. Pero para meterse en una historia de ficción, que transcurre allí, se convirtió en el personaje de su libro. Yo hice lo propio y en el mío, secuestré a Viggo Mortensen para que hable con vos… pero casi nadie leyó esa historia, así que decidí hacer las cosas de este modo extremo.
_ No comprendo… si es fan, yo no tengo problema en que nos saquemos una foto y en firmarle un autógrafo. Se que a él no le gusta mucho la exposición.
_ Sí, pobre. Esa vez lo pasó mal. Lo que cuento en mi texto, es una versión de lo que sucedió en ese encuentro. Pero no es ese el tema. Esto que tenemos que hablar es muy personal y tal vez me estoy excediendo en la confianza…
_ Volar un avión no está bien…
_ ¡Andar a los tiros en todas las películas tampoco!
_ ¡Es mi trabajo!
_ Pero es un mal ejemplo para la juventud. Antes tirabas menos tiros y tus personajes eran más parecidos a la gente común…
_ Pero ahora me llaman para estos…
_ ¡Yo escribí algo mejor! Soy guionista, pero no triunfé. La culpa es de Viggo que no te alcanzó ese libreto.
_ ¿Le dio un guión para mí a otro actor?
_ Sí. En el 2008.
_ ¡Uf!
_ Es una pena. Hasta ahí venías bien…
_ Sí, es cierto…

Y en este punto sufro. No sabía lo que iba a pasar en la vida de este señor en esa época, pero fue como si lo hubiese pronosticado. Intuyo que sus papeles posteriores tienen mucho que ver. Espero equivocarme.

Voy a lanzar mi botella al mar como hizo Julio cuando le escribió esa historia genial a su admirada Glenda:
_ Como diez años antes de eso (o un poco más), yo no estaba pasando el mejor momento de mi vida, cuando en la televisión pasaron una película tuya que me conmovió profundamente. Eras un minero desempleado que no se resignaba y terminaba arruinando su vida. Me vi reflejada en la protagonista de esa historia y ese tipo (que no era el que tenía en casa, pero hacía las mismas estupideces), comenzó a ser mi inspiración.
Y después pasaron una tras otra, películas en las que eras un escocés heroico, un artista que se enamora de una madre que es obligada a dejarlo, otro que defiende a su hijo y va preso por él, otra en la que fuiste un médico que deja todo por una paciente a la que quieren hacer pasar por desquiciada para quedarse con su propiedad…
_ Hola… ¿Me puedo sentar?
_ ¡Te advertí que iba a hacer volar este avión si te levantabas del asiento!
_ Es la hora del catering. Los demás se fueron a almorzar.
_ No me había dado cuenta…
_ Estabas muy ocupada escribiendo.
_ Siempre me pasa. Me evado de mi propia realidad…

Me sonrió y me sentí una pavota. Supe que no iba a poder decirle lo que tenía que contarle. También me pasa siempre. Por eso empecé teatro, para poder tener esa repentización que debí esgrimir en cada ocasión en la que quedé muda y perdí alguna oportunidad que valía la pena.
Trató de ser gentil:
_ Mi personaje en esta película se parece a los que hacías referencia…
_ Tu actuación siempre es creíble. Te creo más ahora que antes. Eso me preocupa.
_ No entiendo…
_ Yo sabía que estaba deprimida cuando veía esas películas en las que actuabas. Ahora, tantos años después, pienso que estás deprimido y elegís estas películas para trabajar sin descanso. Pero a veces parece que no estás actuando.
_ Trabajo sin descanso…
_ Había pensado tirarte una máquina de escribir en la pierna para inmovilizarte, había pensado en saltar del avión llevándote atado a mí…
_ ¿Arruiné todo viniendo por mi propia voluntad?
_ Y sí. La verdad que sí.
_ Bueno, perdón.  No fue mi intención. Te pido mil disculpas.
Se levantó y se fue.

Soy una boluda.
No tengo mi foto con Viggo ni con Neeson.
A Viggo me lo puedo cruzar alguna vez por Buenos Aires y sé que es macanudo (y si quisiera una foto con él o un autógrafo, me lo daría). Pero a Liam lo tengo que escribir. Es la única manera.
Lamento tanto no haberle dicho lo que le quiero decir…
Espero estar a tiempo de encontrarlo todavía. Tal vez de invitarlo a mi cumpleaños. Se que él también tiene uno ese día. Las fechas de nuestros eventos familiares coinciden y siempre me llamó la atención.
Por ahí eso no es lo importante.
Lo único que importa es que sepa lo mucho que me ayudó su existencia.
Y que lo amo.

Salí hacia el pasillo, justo donde se acaba la magia del séptimo arte y comienza el backstage, pude pispiar a Viggo. 

Me ofreció un mate, sonriendo con complicidad, como si estas cosas le pasaran todos los días. Le dije:
_ Tenés un look juvenil. No entiendo por qué si ustedes rejuvenecen, a mi no me pasa. Capaz por eso él no repara en mí. No se porta como un galán…
_ Nosotros estamos dentro del film (fijate que éste, lo hicimos hace mucho tiempo), como el explorador aventurero de: “La Rosa Púrpura el Cairo”. Vos venís a ser una mortal. Capaz él no se da cuenta y como está laburando, no entiende que estás colada en cada película. Te va a hacer mal.
_ Vos no le explicaste… yo te lo pedí, con la confianza que me daba ser compatriotas e hinchas del mismo club.
_ Pero no leí lo del pen drive… o no lo habré entendido, me hubieras explicado.
_ No me salió. Me dio vergüenza. Sabía que si lo escribía, estaría claro. Tengo un problema de comunicación. Por eso escribo, justamente por no poder hablar con la gente.
_ Bueno, ahora cuando me lo cruzo le digo. Quedate por ahí, tranqui. 
En un rato aparece de nuevo en esta película, estos son los camarines de Rubí Cairo[3]”.
_ Ya sé. Yo la elegí. Me voy a meter en la última escena, en lugar de Andie MacDowell ¿La podrías distraer un ratito?
_ Sólo porque sos de San Lorenzo.

Y gracias a ese gesto solidario (en el momento en que suplanté a “la chica”, que está de regreso en su barrio suburbano jugando baseball en familia, en plena calle), le dí un batazo a la bola que Neeson atrapa. Pero en lugar de sonreírme como solía hacer con la ya mencionada Andie, se quedó como cortado. 


Se oyó: “¡Corte!” y los de seguridad me acompañaron a la salida.
Esta vez, encaré hacia el pasillo del cine y traté de no llorar. El tiempo es tirano y no puedo perderlo. Es ahora o nunca.

No pude más que esperar el inicio de otra película. Esa ya no se va a volver a proyectar.
Lamentablemente, está por empezar una de las que no me gustan. La del tren: “El pasajero[4]”. Que es como la del avión. O eso creo. Esta ni me tomé el trabajo de mirarla. Ya con ver el afiche, se que él va a estar en el andén con un chumbo. 

Pensé que lo mejor era ir al lado de la pantalla y esperar el momento propicio para acercarme como si nada, y retomar nuestra charla anterior. Este film es contemporáneo, así que no voy a tener que andar explicándole quien soy. Por las dudas, me quedé cerca de la pantalla y traté de colarme antes de que empiece la balacera. De entrada, él parece un señor normal que viaja en tren a diario, y para que no desconfíe de mí, me lo crucé varias veces, como hacían los otros extras, que iban y venían. En un momento, y cuando la cosa ya se estaba poniendo brava, noté que me miró de reojo. Parpadeó y trató de contener un suspiro, como esos en los que se cuenta hasta diez para no lanzar una andanada de epítetos de los que después nos arrepentimos. Me dijo despacio, manteniendo la calma con notoria dificultad:
_ ¿Otra vez? Estoy trabajando…
Me dio un poco de pena su mirada de angustia. Entonces le confesé:
_  Esto no es la vida real ni un mal sueño que estás padeciendo. Digamos que estás preso en esta catarata de largometrajes que se proyectan este fin de semana. Este complejo de cines va a cerrar por la crisis económica y nos permitieron hacer este evento final. Soy la organizadora. Mi nombre es Sandra Bulnes, la que eligió las películas buenas. Le tendí la mano y tuvo que pasar su arma a la otra, para darme la suya, confundido.
_ ¿De qué evento se trata?... Nadie me informó.
_ Soy miembro de la comisión de un centro cultural barrial. Doy clases de historia del cine, pero hay otro “colega” que da un taller similar, en el que analizan las de acción. Estoy tratando de sabotearlo, ya que creo que eligió muy mal las que le tocaban, y usted (lamento reconocerlo), le ha dado mucho material.
_ ¿Está entrando en todas mis películas para arruinar a su rival?
_ En principio sí, pero me interesa más salvar su carrera y liberarlo de esta responsabilidad, que yo considero histórica.
_ Necesito salvar este tren ¿Le parece poca responsabilidad, la que cargo?
_ ¿Si me quedo fuera de cámara, me permitirías unas palabras al finalizar tu importante misión?
_ O. K.


Volví a esa frontera imaginaria que está tras lo que no toma la cámara, y esperé con paciencia que este muchacho se deslome por esos desconocidos, los que viven momentos tremendos mientras el tren es sometido a las desventuras más espectaculares. En el fragor del descarrilamiento, perdí de vista a Neeson y un señor de seguridad me invitó a moverme “hacia fuera”, para no ser alcanzada por la catástrofe ferroviaria.
¡Rayos! ¿Cómo pude caer de nuevo en esa trampa hollywoodense?
No debí permitir que me tomen el pelo así…
Mis intenciones eran nobles, pero ahora esto se tornó aún más personal.

La próxima que se exhibe, es una con mi tocaya: Sandra Bullock, quien tiene que manejar un bondi a toda velocidad, mientras keanu Reeves le dice que si levanta el pie del acelerador, se pudre todo. La película se llama: “Speed[5]” y no me parece la gran cosa, ni que sea mejor que las que le critico a Liam… pero tal vez, Keanu haga honor a su fama de buenazo y me auxilie. 


Se lo planteé directamente mientras se proyectaban los títulos. El me comprendió perfectamente y le explicó, primero a Sandra (que resultó ser una divina y, como trabajó con este hombre con el que tengo que hablar, se plegó a mi causa), fue a hablarle a Sir William, quien se preparaba para otra película. Eso me dio la oportunidad de tomar el lugar de ella como chofer en el bus, y cuando Neeson reemplazó a Keanu, por un momento… pudimos ser la pareja sustituta, en lo que se proyectaba frente a los desconcertados espectadores.
Me pregunto por qué no habré elegido una de amor. Y me respondo: “Ya dije antes que soy una pavota”.

El trataba de seguir, de la forma más fiel posible, las líneas del actor que reemplazaba, mientras yo, hacía lo propio intentando explicarle en medio de semejante empresa, que me he pasado mi carrera de guionista escribiendo para él. Como notaba que lo nuestro seguía sin funcionar, exclamé consternada:
_ ¡Será de Dios! ¿Podrías dejar de ser tan profesional por un momento?
_ ¡Señora! ¡El público vino a ver esta película!
_ ¡El público merece mejores películas! ¿Cómo “señora”?
Oí de nuevo la fatídica palabra del día: “¡Corte!”
Y de nuevo quedé afuera del decorado.
Sé que el cine es una mentira, pero no soporto más este desprecio…
Se me acaban las oportunidades. No puedo creer que esto, al final, sea más difícil que cruzarme a este tipo en la vida real.
Está creando un monstruo…
No pienso ceder. Si quiere guerra, la tendrá. Grité para dentro, con furia contenida: “¡Yo soy la víctima!”
Y me encaminé hacia el camarín de Uma Thurman, para ponerme con un poco de dificultad, su atuendo amarillo de: “Kill Bill[6]”.

Reaparecí (esta vez con una catana en la mano) y “le disparé” a mi esquivo héroe, con enojo genuino, al cruzarlo tras bambalinas:
_ No me dejás otra opción que romperte una gamba…
_ ¡No! ¡Cálmese!
_ Tenemos que hablar…
Dejé el enorme sable a un lado, y él pareció relajarse. Pero dudé… sospeché que no se rendiría de verdad. Así que cuando se acercó sonriéndome, le arrojé la máquina de escribir que estaba a mi lado, en la rodilla. Aunque fallé, él gritó. Fue una queja, más que un grito en sí mismo. No quiero hacerlo pasar por un histérico o un tipo débil, pero le dí en el tobillo y le dolió igual. Es un aparato antiguo (la máquina de utilería) y pesa mucho:
_ Auch!
_ ¿Viste “Misery[7]”? La de la señora que secuestra al escritor. Me pareció que era la que más me representaba de todas las películas. No quería llegar a esto.
Te dije que no mates más, Will… para eso te traje mis guiones. Vamos a leerlos juntos, y cuando te recuperes vas a volver al gran cine.
Es un acto de amor. Ya lo vas a comprender.
_ ¿Me rompe la pierna por amor? Si yo se lo hiciera a usted, me acusarían de violento, misógino…
_ Bueno, no es para tanto. Ya te va a crecer otra… Es un chiste. No me vengas con problemas de género.
_ Me acusaron de racista…
_ ¿Me podrás prestar atención antes que termine el evento? “¿Tengo tu atención ahora?”
_ Si no queda más remedio…
_ Mis guiones han ido mejorando, el último, de verdad es el mejor. Y ni siquiera necesitás la pierna.
_ ¿Es un paralítico en una película que no es “de acción”?
_ No. En realidad, mientras la leés y hacemos la pre producción, te tendrías que curar… la acción es intensa.
_ Pero sin tiros…
_ Algunos tiros vas a tirar.
_ Pero no mato a nadie…
_ Solo una persona, al inicio. Son tiros muy certeros, la verdad…
Me miró entre enojado y risueño y me empecé a poner nerviosa, por esto que ya mencioné, de que prefiero que lean lo que escribo antes que explicar. No es lo mío. Me ganan siempre. Con algo de sorna, al ver que bajé la guardia, agregó:
_ ¿Entonces?
_ Mataron a tu esposa y estás re alterado…
_ ¡Es “Taken II[8]”!
_ ¡NO! ¡Esa no!
_ Todas las películas son iguales ¿No te das cuenta?
_ ¡No! Esta es re original. Tiene una vuelta de tuerca como: “Under suspiction[9]
_ “¡Qué original!”
_ Es un homenaje al buen cine… es difícil de explicar sin que lo leas. Porfi… en un rato se acaba este festival. Y el único espacio de cine en el que pude tener la manija alguna vez.
Es como una metáfora de mi vida.
Mañana todo volverá a ser como siempre. Como nunca debió haber sido.
Solo es otra causa noble más a la que adherí con pasión y en la que fracaso.
Perdoná.
Y cuando me disponía a dejarlo, vencida, me dijo:
_ Lo que sí me resultó curioso es lo de la fecha de tu cumpleaños…
_ ¿Viste? Y la tuya casi, casi, coincide con la de mis pibes. Así que siempre estamos celebrando los mismos días del año. A veces, mientras preparo la torta en esos días, te imagino haciendo lo mismo. Bueno, me imagino que vos las encargarás… yo siempre trato de ahorrar gastos.
_ ¿Y qué edad tienen los tuyos?
_ La misma que los tuyos…
_ ¡Jodeme!

No quisiera decir que me la he pasado pensando en eso mismo, para no terminar con una guasada este relato (pero con este doblaje, argento, me resulta casi imposible). Nada me haría más feliz…
Y adoro los finales felices.



THE END



María Elsa Rodríguez






[1] Dirigida por: Jaume Collet-Serra
[2] Cuento de: Julio Cortázar
[3] Dirigida por: Graeme Clifford (en el original: “Deception”)
[4] Dirigida por: dirigida por Jaume Collet-Serra (en el original: “The commuter”)
[5] Dirigida por: Jan de Bont
[6] Dirigida por: Quentin Tarantino
[7] Dirigida por: Rob Reiner, basada en la obra de Stephen King
[8] Dirigida por: Olivier Megaton
[9] Dirigida por: Simon Moore

Tuesday, August 04, 2020

No lo dejes ir, Francesca

En mi juventud, estuve despierta durante lo que parecieron ser siglos de lactancia materna. En ese período, solía ver muchas películas por la noche, abnegada, como buena madre y tratando de no dormirme en el intento de desvelarme como Dios manda. Pero el cansancio me jugaba malas pasadas y terminaba por hablar con los personajes de las películas, como si pudiesen contestarme o auxiliarme.

Casi tengo ganas de confesar que invité a ciertos galanes a salir de la tele que tenía entonces en mi dormitorio, para que viniesen a compartir esos desvelos, cuando regresaban mis críos a sus cunas. Luego, supe que era siempre el mismo señor, caracterizado de diferente forma, según el film que protagonizara.

El también estaba cansado de trabajar mucho, por poco. Me dijo que pensaba mudarse “a América”. Me alegré, porque yo vivo de este lado del Atlántico, lo que me evitaba un viaje al viejo mundo para encontrarlo.

De pronto, no supe de él por un largo período. Me enteré, por una foto en una revista, que estaba en Hollywood. Tras varios films, triunfó con una película que casi le vale un Oscar de la Academia.

Eso me hizo tomar conciencia de lo que es vivir en Sud América, en el Conurbano Bonaerense, más precisamente. Ni siquiera en Capital. Ya lo tenía asumido, pero de pronto, recordé que yo había estudiado cine, que él filmó en Cataratas del Iguazú mientras yo lo hacía en Buenos Aires (por lo que la distancia, en realidad, por ese breve instante fue mínima), que mi sueño era originalmente Hollywoodlandia, igual que el suyo, y que si me hubiese animado nos habríamos cruzado allá… quizás. Pudo ser. Una nunca sabe.

Pero dudé y me quedé a cumplir el sueño de otro, mientras él sí se hacía “la América”. No fui valiente, aunque sabía lo que quería desde siempre, lo postergué por alguien que no lo merecía, hasta que fue demasiado tarde.

Esa fue nuestra vida: yo perdiendo mis años en una realidad opaca, y él brillando y viajando sin mí, como esta ficción me recuerda dolorosamente.

Yo lo añoro, como Francesca hará con Robert…

No puedo permitir que cometa un error como el que yo cometí.

Debo hacer algo por ella. Sé que se equivoca… debo decírselo. Es sororidad.


Es el momento en el que el personaje de Meryl Streep, le dice al que interpreta Clint Eastwood en “Los Puentes de Madison”, que no va a irse con él. Aunque lo ame, aunque le haya hecho vivir los mejores cuatro días de su vida, ella cree que debe quedarse a cuidar de sus hijos y su esposo, ese soldado norteamericano que conoció en su ciudad natal de Bari, cuando él estuvo destinado en Italia. Ahora, esa vida aburrida que comparten en una granja de Estados Unidos, parece ser su cárcel futura y eterna.

No puedo soportar la idea… nadie debe desperdiciar su vida así.

Su esposo ha regresado con esos niños que serán los adultos que, al inicio del largometraje, no creerán que su madre fue capaz de ser una mujer sensual, ardiente y sensible. Que dejó su vida de lado por ellos y por un hombre que no era el que amaba, cuando vio a través de la ventanilla de la camioneta a Robert, empapándose en la lluvia torrencial.

El la miraba también, de pie, al lado de su propia camioneta.

Lo vio acercarse solo unos pasos, quebrado, dudando sobre si debía llevársela o dejarla allí, con un marido que ni imaginaba la situación que ambos habían vivido en su ausencia. Se sonrieron por un instante y el personaje de Clint, giró sobre sí mismo para volver a su mundo… y mientras lo veía alejarse en su vehículo, ella pensó: “Por un momento, sabía donde me encontraba, y durante un fugaz segundo se me cruzó por la mente, que en realidad no me quería, que le era fácil alejarse”. Tomó la perilla de la puerta para abrirla, pero no lo hizo. Se contuvo. Su esposo frenó y tocó bocina a la camioneta que demoraba su marcha frente a ellos. Francesca miraba, con angustia, sabiendo que Robert podría bajar de nuevo y cambiar su destino.

 https://www.youtube.com/watch?v=Wv5G8Jtcvx8 


Pero se equivocaba. Esta vez, no era el medio de transporte de su amado, sino el del “Doc”, el personaje de: “Back to the Future”[1]Emmett Brown me ayudó a llegar a Francesca (gracias a Marty, claro. Ocupado momentáneamente por los problemas familiares que lo llevaron al pasado. 

                                                    

Pensé que si este chico y el científico que creó la máquina del tiempo, pudieron solucionar tantos conflictos que se les plantearon en una saga de tres películas, bien podrían ayudarme en este noble cometido) y a distraer al chofer, mientras yo le decía por la ventana de su lado a ella:

_ No lo dejes ir, Francesca… A él también le es duro dejarte.

_ ¿Quién es usted?

Lo dijo con desesperación, temiendo que la delate ante ese hombre, que peleaba con el buen Emmett, quien le impedía el paso, empapándose como yo, uno a cada lado de la cabina del vehículo de esta gente, que no salía de su asombro ante nuestra persistencia para con ellos.

_ Venimos del futuro, este hombre es una eminencia _ dije señalando a mi abnegado acompañante_, y yo solo soy una amiga, que viene por ser sorora.

_ ¿Qué?

_ No importa, es un neologismo…

_ ¿Un qué?

_ Soy como una hermana, alguien que se siente “hermanada” con vos y tu padecimiento.

_ ¡Por favor! _ dijo asustada_ No me delate.

_ Es lo mejor que podría hacer ¡Animate!

Y sus ojos me dijeron que no estaba preparada, que no era la época, o que su educación no le permitía comprender que separarse no implicaba perder a sus hijos. Sí. Lo leí todo en su mirada, como si fuese una homeópata del alma.

_ Usted no entiende… él no podría sobrevivir sin mí _ me completó la idea, suplicante y refiriéndose al conductor de su camioneta y su destino.

_ Sí, te entiendo. No sabés cuanto.

Mientras la dejaba ir, pensaba en que una persona puede sobrevivir años, solo alimentándose con suero.

Les agradecí al Doc Brown y a Marty por ayudarme. Quedamos en volver si fuese necesario. Pero pensé en otra alternativa, para ayudar a Francesca y Robert. 

Esta historia nunca más iba a terminar así. Sería como en: “El día de la marmota”[2]. Esos momentos maravillosos que vivieron, se repetirían por siempre, con la nueva edición que preparé. Para algo me sirvió mi paso por el “CERC”[3]. El amor sería posible y eterno para ellos. Como el cine nos enseñó.

 

Tiempo después, supe que Clint Eastwood, había presentado la película remasterizada, usando la versión original, claro. Me dio bronca tener que hacer todo el esfuerzo de nuevo. Por un lado, lo entendí. Era su obra… pero a pesar de los años transcurridos, aún me duele verla. Revivo mi pasado gris y mi corazón palpita de rabia, por un lado (pero por el otro, se entusiasma y late de solidaridad de nuevo).

Esta vez, iré hasta la misma escena, pero por él: por el compungido Robert, quien se alejaba de su amada, manejando bajo la lluvia y no contaba conmigo, que le hice dedo y logré que me lleve hasta un hotel del camino. Las condiciones para seducirlo, estaban dadas. Pero fui a ayudarlos, no a aprovecharme de su desdicha.

El estaba dispuesto a olvidarla, para no llorar más por ella. Solo le dije que sabía lo que sentía, que lo entendía… que yo era como otra Francesca, pero del subdesarrollo. El estaba perdido en su propia tristeza y solo respondió:

_ No puedo necesitarla, porque no puedo tenerla...

Por un momento dudé, conmovida. Pensé: “¿Y si me quedo con él, qué onda?”

Podría viajar por el mundo (el es un fotógrafo de National Geographic), pero estoy enamorada de otro actor… y vine por una buena causa, ajena a mí.

Además, Marty McFly me estaba esperando detrás de un cartel acá nomás, en la carretera, escondiendo el DeLorean plateado de los años ’80, para no despertar sospechas en esta época. No lo iba a dejar pagando, pobre chico.

Antes de irme, le dije al tipo que sufría, que me gustaría darle un recado para un muchacho pintón que se iba a topar con él en otra película:

_ ¿Qué película?

_ Una de las de “Harry el sucio”[4], calculo que la última, en la que está también un principiante llamado Jim Carrey…

_ ¿De qué habla?

_ Ay… me olvido que eso todavía no pasó (si me guío por la línea de tiempo de este film) y que sos un personaje atrapado en esta lata de celuloide.

 

Y entonces, recordé lo que mi amado me había dicho en los ’90, preso en su propio formato VHS: “Estoy cansado”.

¿Y si estaba cansado de hacer mil veces el mismo film, de la repetición en la tele… todo eso que a mí me hacía tan feliz?

Capaz que a estos dos enamorados les pudre tanta dicha, al final. Y yo estaría interfiriendo no solo en sus vidas de ficción, sino en lo que el autor de la película quiso plasmar.

Que dilema moral…

 

Salí del edificio y ya no llovía en esa escena. Le pedí a Marty que me acerque a la casa de Francesca para intentar hablar por última vez con ella.

Pude disfrutar del hermoso día soleado y el verde paisaje sin rastros del barro que debería haber en el camino (claro error de continuidad). Cruzamos uno de los famosos puentes de madera, con techo, de Madison County (que dieron nombre a la novela y el film de marras).

Al llegar, Meryl Streep estaba tendiendo ropa y haciendo puchero de forma conmovedora. Me acerqué y se secó las lágrimas, que pensé, serían por Robert, pero me lo negó. Traté de contarle mi idea de volver a hacer un loop con las escenas felices de la cinta, que su personaje protagonizaba con el del señor Eastwood…


Fue difícil de explicar y de que lleguemos a entendernos. Tan compenetrada estaba ella en su rol, como siempre, que se mandó una frase que me dejó impactada:

_ “No reniego de mis elecciones, de todos modos he sido una afortunada. Muchas veces en el dolor se encuentran los placeres más profundos, las verdades más complejas, la felicidad mas certera. Tan absurdo y fugaz es nuestro paso por el mundo, que solo me deja tranquila el saber que he sido auténtica, que he logrado ser lo mas parecido a mi misma que he podido”[5].

Cuando iba a darme por vencida, me di cuenta de que lo que la asustaba, tal vez, era la idea de quedar en un espacio y tiempo estático. El no volver a ver a sus hijos, por toda la eternidad.

 Y capaz que por mi propio cansancio y estrés, le contesté, perdiendo la paciencia:

_ Francesca, tus hijos no merecen tu sacrificio ¡Yo vi el inicio de la película! Y si te vas a sacrificar por ellos, esforzate más, no se notó tu influencia, la verdad. Si los míos llegan a ser tan… nabos, no sé. Me muero.

¡Me muero!...

Y me infarté. Me morí de verdad… cayendo aparatosamente al suelo.

¿Pueden creer? ¡Por culpa de esos hijos de… Francesca!

¿Cómo pudo pasarme esto a mí? 

Si no hubiese sido por Marty, que viajó en el tiempo y volvió unos minutos antes a evitar mi fallecimiento, hubiese tenido la muerte más absurda y ridícula posible. Hasta para mí… y en una película que lo único que me ha provocado son lágrimas. Un disgusto tras otro ¿Por qué no me aproveché de Robert que estaba tan vulnerable?

No aprendo más. Estoy harta de Hollywood…

¡Vayan a laburar!

 

Vuelvo al cine europeo hasta nuevo aviso.

Y si alguien con buen corazón entiende mi desdicha y sospecha una solución para mi pena, solo les quiero avisar que a mí me encantaría que alguien edite mi existencia.

Se los juro.

Escucho ofertas.

 

 

 

María Elsa Rodríguez



[1] Dirigida por: Robert Zemeckis

[2] Título original:Groundhog Day”, película de 1993, dirigida por Harold Ramis 

[3] Centro de Experimentación y Realización Cinematográfica (CERC), predecesor de la actual: Escuela Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica (ENERC).

[4] “The dead pool”, quinta película de la saga de “Harry el sucio”.

[5] Frida Kahlo


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María Elsa Rodríguez nació en San Miguel (Buenos Aires, Argentina) en 1966. Supo que lo suyo no eran las obtusas matemáticas, y que los sueños la movilizaban más que la realidad. Estudió Cinematografía, Fotografía, Bibliotecología y Archivística (áreas estas dos últimas en las que desarrolló su labor profesional los últimos años, sin dejar de seguir ampliando en talleres, su interés por la dramaturgia y la literatura). Estrenó obras en teatro, publicó cuentos y su primera novela. Desde entonces, comparte algo de su material en los sitios que administra en la Web: • https://artistinconcluso.blogspot.com/ • http://unadextranjerosenyankilandia.blogspot.com/ • http://ailaviuforever.blogspot.com/ • https://www.facebook.com/Libros-para-olvidar-la-editorial-de-los-libros-perdidos-984324104963181/