3 de agosto
(…)
“Ella me posee legítimamente, pero de hecho yo no la poseo, como también podría poseer a una muchacha sin poseerla legítimamente.
Auf heimlich erröthender Wange
Leuchlet des Herzens Glüten”[1]
(…)
Cordelia mía:
Mi confidente, tengo que confiarte un secreto. ¿A quien otro podría confiarlo? ¿Al eco? Lo traicionaría. ¿A las estrellas? Son frías. ¿A los hombres? No lo entienden. Tan solo a ti te lo puedo confiar, pues sabes conservarlo. Hay una jovencita más hermosa que ensueño de mi alma, más pura que la luz del sol, más profunda que las fuentes del mar, más noble que el vuelo del águila… hay una jovencita, inclina la cabeza y acerca tu oído a mi voz, para que mi secreto pueda entrar dentro furtivamente… yo la amo a esta jovencita más que a mi vida, pues ella es mi vida; más que todos mis deseos, pues ella es mi único deseo, más que todos mis pensamientos, pues ella es mi único pensamiento; más ardientemente que el sol ama la flor, más íntimamente que el dolor ama la discreción de los sentimientos ofendidos, más apasionadamente que la arena inflamada del desierto ama la lluvia; yo la acuno con mayor ternura que el ojo de la madre al hijo, más fervientemente que el alma suplicante a Dios, más inseparable que la planta a su raíz… Tu cabeza se torna grave y pensativa, se inclina sobre el pecho, y los senos se levantan para ir en su ayuda… ¡Cordelia mía, tú me has entendido, me has entendido exactamente, perfectamente, no se te ha pasado ningún punto por alto! ¿Acaso debería tender el puente de mi oído para que tu voz me lo asegure? ¿Podría dudar? ¿Guardarás este secreto? ¿Puedo fiarme de ti? Se cuenta de hombres que, con ocasión de tremendos crímenes, se prometieron recíprocamente un cómplice silencio. Te he confiado un secreto que es toda mi vida y el fin de mi vida; ¿No tienes tú nada que confiarme, que sea tan significativo, tan bonito, tan casto, que las fuerzas sobrenaturales se desencadenarían si fuera desvelado?
Tu Juan
De: “Diario de un seductor”. Soeren Kierkegaard, traducción de: Joseph Club.
[1] “En el secreto rubor de la mejilla/ brilla el ardor del corazón”
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“Ella me posee legítimamente, pero de hecho yo no la poseo, como también podría poseer a una muchacha sin poseerla legítimamente.
Auf heimlich erröthender Wange
Leuchlet des Herzens Glüten”[1]
(…)
Cordelia mía:
Mi confidente, tengo que confiarte un secreto. ¿A quien otro podría confiarlo? ¿Al eco? Lo traicionaría. ¿A las estrellas? Son frías. ¿A los hombres? No lo entienden. Tan solo a ti te lo puedo confiar, pues sabes conservarlo. Hay una jovencita más hermosa que ensueño de mi alma, más pura que la luz del sol, más profunda que las fuentes del mar, más noble que el vuelo del águila… hay una jovencita, inclina la cabeza y acerca tu oído a mi voz, para que mi secreto pueda entrar dentro furtivamente… yo la amo a esta jovencita más que a mi vida, pues ella es mi vida; más que todos mis deseos, pues ella es mi único deseo, más que todos mis pensamientos, pues ella es mi único pensamiento; más ardientemente que el sol ama la flor, más íntimamente que el dolor ama la discreción de los sentimientos ofendidos, más apasionadamente que la arena inflamada del desierto ama la lluvia; yo la acuno con mayor ternura que el ojo de la madre al hijo, más fervientemente que el alma suplicante a Dios, más inseparable que la planta a su raíz… Tu cabeza se torna grave y pensativa, se inclina sobre el pecho, y los senos se levantan para ir en su ayuda… ¡Cordelia mía, tú me has entendido, me has entendido exactamente, perfectamente, no se te ha pasado ningún punto por alto! ¿Acaso debería tender el puente de mi oído para que tu voz me lo asegure? ¿Podría dudar? ¿Guardarás este secreto? ¿Puedo fiarme de ti? Se cuenta de hombres que, con ocasión de tremendos crímenes, se prometieron recíprocamente un cómplice silencio. Te he confiado un secreto que es toda mi vida y el fin de mi vida; ¿No tienes tú nada que confiarme, que sea tan significativo, tan bonito, tan casto, que las fuerzas sobrenaturales se desencadenarían si fuera desvelado?
Tu Juan
De: “Diario de un seductor”. Soeren Kierkegaard, traducción de: Joseph Club.
[1] “En el secreto rubor de la mejilla/ brilla el ardor del corazón”
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