Participé del Tercer Mundial de Escritura hace cerca de un mes atrás. Consistía en escribir todos los días, bajo consignas dadas por otros escritores. Mi equipo arrancó teniendo 10 participantes y al final, quedamos solo cinco.
Este fue mi texto preferido, escrito el día 6:
Mi mamá era muy buena con la jardinería. Lo heredaba de su papá jardinero (era de esos que escriben fechas con las pequeñas plantitas del mismo color o te hacen un laberinto con arbustos). Madre me decía que nunca había salido al jardín, hasta que el abuelo murió. Mientras cuidaba a la abuela, fue tratando de seguir manteniendo las formas de cada seto y aprendiendo a cuidar esta casa, en la que ahora estoy. Repito su experiencia, ahora que ella tampoco está, como si este lugar cargado de recuerdos, marcase el pulso de nuestra existencia familiar. Ahora me toca a mí, pasar por esa fase, de adaptarme a este espacio, de dibujar paisajes, salpicando de colores la alfombra verde de un fondo que vale oro. Todos los que vinieron a darme el pésame me lo dijeron. Quizás porque ellos se van, después de disfrutar un domingo bajo un palo borracho centenario, inmenso, el más grande que haya visto en mi vida. Ya era enorme cuando era niña y venía a pasar las tardes con los abuelos.
Tenían un equipo de música, de esos que antes había en las
casas, a los que les decían "combinados", ya que además del
"toca-discos", incluían una radio. Era la tecnología de punta de los
'70, grande como una cómoda, con dos puertas. Una de ellas se levantaba, para
poder poner los discos y almacenaba hasta cincuenta "larga duración"
de treinta y tres revoluciones por minuto en ese compartimiento secreto que ni
se notaba cuando estaba cerrado. En la otra mitad del mueble, del lado del
frente, la puertita que escondía al enorme dial, que se iluminaba y me causaba
tanto asombro de chiquita, se abría y quedaba como uno de esos estantes que se
usan para los teclados de las computadoras, atornillados bajo los escritorios.
Esa radio, captaba emisoras de países limítrofes (cuando el éter era como el
ciberespacio ahora). Fue mi juguete preferido, mi amigo fiel, con sus seis
parlantes, por los que podía escuchar los distintos canales de audio de la
banda sonora de la película "Submarino amarillo", lo que en casa era
imposible, con el Winco monoaural.
Me encantaba ese artefacto, mucho más que los muebles
antiguos que en esta casona, son parte de cada cuarto... pero por más que lo
pienso, es imposible conservarlos, no puedo llevarlos conmigo cuando me mude.
Regalé algunos, a los interesados de siempre, "no podían
comprármelos", pero me hicieron sentir un terrible remordimiento cuando
mencioné que estaba mal de plata y quería venderlos: "¿A extraños? ¡No
tenés corazón!"
Después me enteré que la bruja que me dijo eso (y se llevó
la cabecera de la cama de mis padres y las mesitas de luz haciendo juego),
anduvo diciendo que seguro se murieron por mi falta de cuidado... sugirió que
había seguido el consejo de la amiga de mi vieja: "Está sufriendo mucho,
no le des la pastilla de la mañana, dejala descansar en paz".
Son terribles interesados, cuando los necesité, brillaron
por su ausencia. Pero venir a saquear no les parece malo, a mí sí. Desde ese
momento, optimicé esas dotes de recicladora que llevo en la sangre y me puse a
desarmar todo, para poder sacar a la calle algunas cosas, que por ser tan
enormes, no había manera de bajarlas del piso de arriba en una sola pieza.
Prefiero que los rescate y aproveche el primero que pase y los vea en la
vereda. Desguacé todo, parte por parte y un día, terminé.
Cuando aparecieron esos miserables de mis primos y no
encontraron nada más para llevarse, se armó una discusión tremenda, me trataron
de asesina, me quieren denunciar, por hacer uso de la eutanasia. A la envidiosa
de Mabel, la sacaron a los gritos, casi me pega. Me parece que los demás
piensan lo mismo, aunque callaron.
Creen que me siento culpable por no haberle dado los
remedios a mamá, pero es más que eso lo que me oprime en lo profundo del
corazón... no tengo perdón de Dios. Cargaré este peso por siempre, no hay
castigo que me redima de este crimen.
Yo maté al combinado Ranser.