“Había yo tenido ya ocasión de discurrir con mi amo sobre la naturaleza del gobierno en general, y particularmente sobre nuestra magnífica Constitución, legítima maravilla y envidia del mundo entero. Pero como acabase de nombrar incidentalmente a un ministro de Estado, me mandó al poco tiempo que le informase de qué especie de yahoos era lo que yo designaba con tal nombre en particular.
Le dije que un primer ministro, o ministro presidente, que era la persona que iba a pintarle, era un ser exento de alegría y dolor, amor y odio, piedad y cólera, o, por lo menos, que no hace uso de otra pasión que un violento deseo de riquezas, poder y títulos. Emplea sus palabras para todos los usos, menos para indicar cuál es su opinión; nunca dice la verdad sino con la intención de que se tome por una mentira, ni una mentira sino con el propósito de que se tome por una verdad. Aquellos de quienes peor habla en su ausencia son los que están en camino seguro de predicamento, y si empieza a hacer vuestra alabanza a otros o a vosotros mismos, podéis consideraros en el abandono desde aquel instante. Lo peor que de él se puede recibir es una promesa, especialmente cuando va confirmada por un juramento; después de esta prueba, todo hombre prudente se retira y renuncia a todas las esperanzas.
Tres son los métodos por que un hombre puede elevarse a primer ministro: el primero es saber usar con prudencia de una esposa, una hija o una hermana; el segundo, traicionar y minar el terreno al predecesor, y el tercero, mostrar en asambleas públicas furioso celo contra las corrupciones de la corte. Pero un príncipe preferirá siempre a los que practican el último de estos métodos; porque tales celosos resultan siempre los más rendidos y subordinados a la voluntad y a las pasiones de su señor. Estos ministros, como tienen todos los empleos a su disposición, se mantienen en el Poder corrompiendo a la mayoría de un Senado o un gran Consejo; y, por último, por medio de un expediente llamado Acta de Indemnidad -cuya naturaleza expliqué a mi amo-, se aseguran contra cualquier ajuste de cuentas que pudiera sobrevenir y se retiran de la vida pública cargados con los despojos de la nación.
El palacio de un primer ministro es un seminario donde otros se educan en el mismo oficio. Pajes, lacayos y porteros, por imitación de su señor, se convierten en ministros de Estado de sus jurisdicciones respectivas y cuidan de sobresalir en los tres principales componentes de insolencia, embuste y soborno. De este modo tienen cortes subalternas que les pagan personas del más alto rango, y, a veces, por la fuerza de la habilidad y de la desvergüenza, llegan, después de diversas gradaciones, a sucesores del señor.
El primer ministro está gobernado ordinariamente por una mujerzuela degenerada o por un lacayo favorito, que son los túneles por donde se conduce toda gracia y que, a fin de cuentas, pueden ser propiamente los calificados de verdaderos gobernadores del reino.
Conversando un día, mi amo, que me había oído hablar de la nobleza de mi país, se dignó tener conmigo una galantería que yo no hubiera soñado merecer, y consistió en decirme que estaba seguro de que yo había de proceder de alguna familia noble, pues aventajaba con mucho a todos los yahoos de una nación en forma, color y limpieza, aunque pareciera cederles en fuerza y agilidad, lo que debía achacarse a mi modo de vivir, diferente del de aquellos otros animales; y, además, no sólo estaba yo dotado del uso de la palabra, sino también con algunos rudimentos de razón; a tal grado, que pasaba por un prodigio entre todos sus conocimientos. (…) Di a su señoría las gracias más rendidas por la buena opinión que se había dignado formar de mí; pero le dije al mismo tiempo que mi extracción era modestísima, pues mis padres eran honradas gentes, sencillas, que gracias que hubiesen podido darme una mediana educación. Añadí que la nobleza entre nosotros era cosa por completo diferente de la que él entendía como tal; que nuestros jóvenes nobles se educan en la pereza y. en el lujo, y cuando casi han arruinado su fortuna se casan por el dinero con alguna mujer de principal nacimiento, desagradable y enfermiza, a quien odian y desprecian. (…) Las imperfecciones de la inteligencia corren parejas con las del cuerpo, y se concretan en una composición de melancolía, estupidez, ignorancia, capricho, sensualidad y orgullo.
Sin el consentimiento de esta ilustre clase no puede hacerse, rechazarse ni alterarse ninguna ley; y de estas leyes dependen los fallos sobre todas nuestras propiedades, sin apelación.”
Jonathan Swift: “Viajes de Gulliver : Un viaje al país de los Houyhnhnms”El Autor de la Semana - © 1996-2000 Facultad de Ciencias Sociales – Universidad de Chile
Pág. 135-136
"Cada hoja es todas las hojas del innumerable Arbol de los Relatos"
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- María Elsa Rodríguez nació en San Miguel (Buenos Aires, Argentina) en 1966. Supo que lo suyo no eran las obtusas matemáticas, y que los sueños la movilizaban más que la realidad. Estudió Cinematografía, Fotografía, Bibliotecología y Archivística (áreas estas dos últimas en las que desarrolló su labor profesional los últimos años, sin dejar de seguir ampliando en talleres, su interés por la dramaturgia y la literatura). Estrenó obras en teatro, publicó cuentos y su primera novela. Desde entonces, comparte algo de su material en los sitios que administra en la Web: • https://artistinconcluso.blogspot.com/ • http://unadextranjerosenyankilandia.blogspot.com/ • http://ailaviuforever.blogspot.com/ • https://www.facebook.com/Libros-para-olvidar-la-editorial-de-los-libros-perdidos-984324104963181/
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