En mi juventud,
estuve despierta durante lo que parecieron ser siglos de lactancia materna. En
ese período, solía ver muchas películas por la noche, abnegada, como buena
madre y tratando de no dormirme en el intento de desvelarme como Dios manda.
Pero el cansancio me jugaba malas pasadas y terminaba por hablar con los
personajes de las películas, como si pudiesen contestarme o auxiliarme.
Casi tengo ganas
de confesar que invité a ciertos galanes a salir de la tele que tenía entonces
en mi dormitorio, para que viniesen a compartir esos desvelos, cuando
regresaban mis críos a sus cunas. Luego, supe que era siempre el mismo señor,
caracterizado de diferente forma, según el film que protagonizara.
El también
estaba cansado de trabajar mucho, por poco. Me dijo que pensaba mudarse “a América”. Me alegré, porque yo vivo
de este lado del Atlántico, lo que me evitaba un viaje al viejo mundo para
encontrarlo.
De pronto, no
supe de él por un largo período. Me enteré, por una foto en una revista, que
estaba en Hollywood. Tras varios films, triunfó con una película que casi le
vale un Oscar de la Academia.
Eso me hizo
tomar conciencia de lo que es vivir en Sud América, en el Conurbano Bonaerense,
más precisamente. Ni siquiera en Capital. Ya lo tenía asumido, pero de pronto,
recordé que yo había estudiado cine, que él filmó en Cataratas del Iguazú
mientras yo lo hacía en Buenos Aires (por lo que la distancia, en realidad, por
ese breve instante fue mínima), que mi sueño era originalmente Hollywoodlandia,
igual que el suyo, y que si me hubiese animado nos habríamos cruzado allá… quizás.
Pudo ser. Una nunca sabe.
Pero dudé y me
quedé a cumplir el sueño de otro, mientras él sí se hacía “la América”. No fui valiente, aunque sabía lo que quería desde siempre,
lo postergué por alguien que no lo merecía, hasta que fue demasiado tarde.
Esa fue nuestra
vida: yo perdiendo mis años en una realidad opaca, y él brillando y viajando
sin mí, como esta ficción me recuerda dolorosamente.
Yo lo añoro, como
Francesca hará con Robert…
No puedo
permitir que cometa un error como el que yo cometí.
Debo hacer algo por ella. Sé que se equivoca… debo decírselo. Es sororidad.
Es el momento en
el que el personaje de Meryl Streep, le dice al que interpreta Clint Eastwood en
“Los Puentes de Madison”, que no va a
irse con él. Aunque lo ame, aunque le haya hecho vivir los mejores cuatro días de
su vida, ella cree que debe quedarse a cuidar de sus hijos y su esposo, ese
soldado norteamericano que conoció en su ciudad natal de Bari, cuando él estuvo
destinado en Italia. Ahora, esa vida aburrida que comparten en una granja de
Estados Unidos, parece ser su cárcel futura y eterna.
No puedo
soportar la idea… nadie debe desperdiciar su vida así.
Su esposo ha regresado con esos niños que serán los adultos que, al inicio del largometraje, no creerán que su madre fue capaz de ser una mujer sensual, ardiente y sensible. Que dejó su vida de lado por ellos y por un hombre que no era el que amaba, cuando vio a través de la ventanilla de la camioneta a Robert, empapándose en la lluvia torrencial.
El la miraba
también, de pie, al lado de su propia camioneta.
Lo vio acercarse solo unos pasos, quebrado, dudando sobre si debía llevársela o dejarla allí, con un marido que ni imaginaba la situación que ambos habían vivido en su ausencia. Se sonrieron por un instante y el personaje de Clint, giró sobre sí mismo para volver a su mundo… y mientras lo veía alejarse en su vehículo, ella pensó: “Por un momento, sabía donde me encontraba, y durante un fugaz segundo se me cruzó por la mente, que en realidad no me quería, que le era fácil alejarse”. Tomó la perilla de la puerta para abrirla, pero no lo hizo. Se contuvo. Su esposo frenó y tocó bocina a la camioneta que demoraba su marcha frente a ellos. Francesca miraba, con angustia, sabiendo que Robert podría bajar de nuevo y cambiar su destino.
Pensé que si este chico y el científico que creó la máquina del tiempo, pudieron solucionar tantos conflictos que se les plantearon en una saga de tres películas, bien podrían ayudarme en este noble cometido) y a distraer al chofer, mientras yo le decía por la ventana de su lado a ella:
_ No lo dejes
ir, Francesca… A él también le es duro dejarte.
_ ¿Quién es
usted?
Lo dijo con
desesperación, temiendo que la delate ante ese hombre, que peleaba con el buen
Emmett, quien le impedía el paso, empapándose como yo, uno a cada lado de la
cabina del vehículo de esta gente, que no salía de su asombro ante nuestra
persistencia para con ellos.
_ Venimos del futuro,
este hombre es una eminencia _ dije señalando a mi abnegado acompañante_, y yo
solo soy una amiga, que viene por ser sorora.
_ ¿Qué?
_ No importa, es
un neologismo…
_ ¿Un qué?
_ Soy como una
hermana, alguien que se siente “hermanada”
con vos y tu padecimiento.
_ ¡Por favor! _
dijo asustada_ No me delate.
_ Es lo mejor
que podría hacer ¡Animate!
Y sus ojos me
dijeron que no estaba preparada, que no era la época, o que su educación no le
permitía comprender que separarse no implicaba perder a sus hijos. Sí. Lo leí todo
en su mirada, como si fuese una homeópata del alma.
_ Usted no
entiende… él no podría sobrevivir sin mí _ me completó la idea, suplicante y
refiriéndose al conductor de su camioneta y su destino.
_ Sí, te
entiendo. No sabés cuanto.
Mientras la dejaba ir, pensaba en que una persona puede sobrevivir años, solo alimentándose con suero.
Les agradecí al Doc Brown y a Marty por ayudarme. Quedamos en volver si fuese necesario. Pero pensé en otra alternativa, para ayudar a Francesca y Robert.
Esta historia nunca más
iba a terminar así. Sería como en: “El
día de la marmota”[2].
Esos momentos maravillosos que vivieron, se repetirían por siempre, con la
nueva edición que preparé. Para algo me sirvió mi paso por el “CERC”[3]. El amor sería posible y eterno para ellos. Como el
cine nos enseñó.
Tiempo después,
supe que Clint Eastwood, había presentado la película remasterizada, usando la
versión original, claro. Me dio bronca tener que hacer todo el esfuerzo de
nuevo. Por un lado, lo entendí. Era su obra… pero a pesar de los años
transcurridos, aún me duele verla. Revivo mi pasado gris y mi corazón palpita
de rabia, por un lado (pero por el otro, se entusiasma y late de solidaridad de
nuevo).
Esta vez, iré hasta
la misma escena, pero por él: por el compungido Robert, quien se alejaba de su
amada, manejando bajo la lluvia y no contaba conmigo, que le hice dedo y logré que me lleve hasta un hotel del camino. Las condiciones para
seducirlo, estaban dadas. Pero fui a ayudarlos, no a aprovecharme de su
desdicha.
El estaba
dispuesto a olvidarla, para no llorar más por ella. Solo le dije que sabía lo
que sentía, que lo entendía… que yo era como otra Francesca, pero del
subdesarrollo. El estaba perdido en su propia tristeza y solo respondió:
_ No puedo
necesitarla, porque no puedo tenerla...
Por un momento
dudé, conmovida. Pensé: “¿Y si me quedo
con él, qué onda?”
Podría viajar
por el mundo (el es un fotógrafo de National Geographic), pero estoy enamorada
de otro actor… y vine por una buena causa, ajena a mí.
Además, Marty
McFly me estaba esperando detrás de un cartel acá nomás, en la carretera,
escondiendo el DeLorean plateado de los años ’80, para no despertar sospechas
en esta época. No lo iba a dejar pagando, pobre chico.
Antes de irme,
le dije al tipo que sufría, que me gustaría darle un recado para un muchacho
pintón que se iba a topar con él en otra película:
_ ¿Qué película?
_ Una de las de
“Harry el sucio”[4],
calculo que la última, en la que está también un principiante llamado Jim
Carrey…
_ ¿De qué habla?
_ Ay… me olvido
que eso todavía no pasó (si me guío por la línea de tiempo de este film) y que
sos un personaje atrapado en esta lata de celuloide.
Y entonces,
recordé lo que mi amado me había dicho en los ’90, preso en su propio formato VHS:
“Estoy cansado”.
¿Y si estaba
cansado de hacer mil veces el mismo film, de la repetición en la tele… todo eso
que a mí me hacía tan feliz?
Capaz que a
estos dos enamorados les pudre tanta dicha, al final. Y yo estaría
interfiriendo no solo en sus vidas de ficción, sino en lo que el autor de la
película quiso plasmar.
Que dilema
moral…
Salí del
edificio y ya no llovía en esa escena. Le pedí a Marty que me acerque a la casa
de Francesca para intentar hablar por última vez con ella.
Pude disfrutar
del hermoso día soleado y el verde paisaje sin rastros del barro que debería
haber en el camino (claro error de continuidad). Cruzamos uno de los famosos
puentes de madera, con techo, de Madison County (que dieron nombre a la novela
y el film de marras).
Al llegar, Meryl
Streep estaba tendiendo ropa y haciendo puchero de forma conmovedora. Me
acerqué y se secó las lágrimas, que pensé, serían por Robert, pero me lo negó. Traté
de contarle mi idea de volver a hacer un loop con las escenas felices de la
cinta, que su personaje protagonizaba con el del señor Eastwood…
Fue difícil de
explicar y de que lleguemos a entendernos. Tan compenetrada estaba ella en su
rol, como siempre, que se mandó una frase que me dejó impactada:
_ “No
reniego de mis elecciones, de todos modos he sido una afortunada. Muchas veces en el dolor se encuentran los placeres más profundos,
las verdades más complejas, la felicidad mas certera. Tan absurdo y fugaz es
nuestro paso por el mundo, que solo me deja tranquila el saber que he sido
auténtica, que he logrado ser lo mas parecido a mi misma que he podido”[5].
Cuando iba a
darme por vencida, me di cuenta de que lo que la asustaba, tal vez, era la idea
de quedar en un espacio y tiempo estático. El no volver a ver a sus hijos, por
toda la eternidad.
Y capaz que por mi propio cansancio y estrés,
le contesté, perdiendo la paciencia:
_ Francesca, tus
hijos no merecen tu sacrificio ¡Yo vi el inicio de la película! Y si te vas a
sacrificar por ellos, esforzate más, no se notó tu influencia, la verdad. Si los
míos llegan a ser tan… nabos, no sé. Me muero.
¡Me muero!...
Y me infarté. Me morí de verdad… cayendo aparatosamente al suelo.
¿Pueden creer? ¡Por culpa de esos hijos de… Francesca!
Si no hubiese
sido por Marty, que viajó en el tiempo y volvió unos minutos antes a evitar mi
fallecimiento, hubiese tenido la muerte más absurda y ridícula posible. Hasta
para mí… y en una película que lo único que me ha provocado son lágrimas. Un
disgusto tras otro ¿Por qué no me aproveché de Robert que estaba tan
vulnerable?
No aprendo más. Estoy
harta de Hollywood…
¡Vayan a
laburar!
Vuelvo al cine
europeo hasta nuevo aviso.
Y si alguien con
buen corazón entiende mi desdicha y sospecha una solución para mi pena, solo
les quiero avisar que a mí me encantaría que alguien edite mi existencia.
Se los juro.
Escucho ofertas.
María Elsa
Rodríguez
[1] Dirigida por: Robert Zemeckis
[2] Título original: “Groundhog Day”, película de 1993, dirigida
por Harold Ramis
[3] Centro de Experimentación y
Realización Cinematográfica (CERC), predecesor de la actual: Escuela
Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica (ENERC).
[4] “The dead pool”, quinta película
de la saga de “Harry el sucio”.
[5] Frida Kahlo
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