El actor Liam Neeson está
sentado en su camioneta, en el estacionamiento del aeropuerto JFK de New York.
Piensa para sí mismo que es un alcohólico alguacil federal que trabaja en el
servicio de policía aérea. Sabe como hacer verosímil su papel en esta película
(tan parecido a otras que ha filmado en esta etapa de su carrera).
Me preocupa. Creo que está
deprimido. Siempre puedo detectar eso en los hombres de mi vida…
Su personaje se llama
William, como él, y ha perdido a su pequeña hijita por un cáncer. No pudo
superarlo y arruinó su matrimonio. Ahora enjuaga el cepillo de dientes en el
mismo vaso del que va a beber amargamente el líquido que lo mantiene despierto,
tras mirar la botella que sostiene en su otra mano. Trata de disimular el
aliento con algún spray que se rocía en la boca y camina hacia su trabajo,
observando a los que abordarán con él el avión a Londres. Es muy profesional,
por supuesto. Y a pesar de ser un pistolero con placa, muy venido a menos, aún
conserva cierto encanto que despliega cuando se acerca a una niña que teme
subir sola al avión.
Yo sé que esa pequeña le
recuerda a la suya, porque ya vi antes: “Non
stop[1]”.
Pero no voy a permitir que la
historia escale hasta el final de nuevo. No me gustó. Me parece que merece una
segunda oportunidad (no me refiero al film, sino a Neeson).
Voy a salvar a este hombre de
este bochorno en el que se ha metido. Solo en unos minutos, su personaje se va
a encontrar con el de Julianne Moore, la
que se va a sentar a su lado, con la excusa de que quiere viajar viendo por la
ventanilla. Me gustaría estar en el lugar de ella… pero sé que no le llamaría
la atención. No soy tan bonita y él no es ningún gil. Tengo que hacer algo más
drástico.
Lo único que se me ocurre es
amenazarlo con que hay una bomba en el avión. Como ya dije, es muy profesional
y no le va a quedar más remedio que registrar todo y venir hasta los asientos
baratos en los que estoy viajando.
Ahora debe haber recibido mi
mensaje de texto…
Debe estar leyendo: “Hello marshal… si no me hace caso, el avión
va a estallar en veinte minutos.”
¡Funcionó! Me está
contestando: “¿What?”
¡Rayos! No habla castellano. Pero esta es mi versión de la
historia. Así que él va a usar el traductor en línea o va a comprender
rápidamente (es la magia del cine):
_ ¿Qué pide?
_ Que me preste atención. Es
muy importante ¿Tengo su atención ahora?
_ Por supuesto.
_ ¿Leíste “Botella al mar”[2]?
_ ¿?
_ ¿Puedo tutearlo? Si no hace
todo lo que le digo, estrello el avión.
_ ¿Cuál es su pedido?
_ No se levante de su
asiento. Si se acerca a mí hago estallar esta nave…
_ Tiene mi atención...
_ Esto va aparecer extraño,
pero es muy importante. Siendo un intérprete tan dúctil ¿Por qué persistir en
hacer estos bodrios? Me gustaría que reflexionemos al respecto.
_ Soy un alguacil… me
confunde con otro.
_ No. Sé la verdad. Sé quien
sos. Los demás están actuando y no me gustaría interferir en sus incipientes carreras.
Solo en la tuya, William.
_ No quiero hablar de eso…
_ No hay opciones. Aprieto el
botón y listo. Termino la película acá y se pudre todo.
_ ¡No!
_ ¿Tengo tu atención ahora?
_ Sí…
Caramba. No esperaba que
fuese tan sencillo. Siempre pensé estratagemas muy complejas para acceder a
este hombre. Nuestras vidas llevan muchos años sin cruzarse. Siempre tuve la
sensación de que cuando él camina hacia el oeste, yo hago lo mismo. Si vira
para el otro lado, a mí me pasa igual. El problema, es que así no nos vamos a
encontrar.
Hollywood nos enseño que los
finales felices son posibles, pero la vida es diferente para los que no
triunfamos. El glamour escapa a nuestros destinos suburbanos.
¿Cómo explicar este dilema en
pocas palabras?
Dije entonces:
_ Osvaldo Soriano era un
escritor argentino que para ir a Hollywood se tomó un avión. Pero para meterse
en una historia de ficción, que transcurre allí, se convirtió en el personaje
de su libro. Yo hice lo propio y en el mío, secuestré a Viggo Mortensen para
que hable con vos… pero casi nadie leyó esa historia, así que decidí hacer las
cosas de este modo extremo.
_ No comprendo… si es fan, yo
no tengo problema en que nos saquemos una foto y en firmarle un autógrafo. Se
que a él no le gusta mucho la exposición.
_ Sí, pobre. Esa vez lo pasó
mal. Lo que cuento en mi texto, es una versión de lo que sucedió en ese
encuentro. Pero no es ese el tema. Esto que tenemos que hablar es muy personal
y tal vez me estoy excediendo en la confianza…
_ Volar un avión no está
bien…
_ ¡Andar a los tiros en todas
las películas tampoco!
_ ¡Es mi trabajo!
_ Pero es un mal ejemplo para
la juventud. Antes tirabas menos tiros y tus personajes eran más parecidos a la
gente común…
_ Pero ahora me llaman para
estos…
_ ¡Yo escribí algo mejor! Soy
guionista, pero no triunfé. La culpa es de Viggo que no te alcanzó ese libreto.
_ ¿Le dio un guión para mí a
otro actor?
_ Sí. En el 2008.
_ ¡Uf!
_ Es una pena. Hasta ahí
venías bien…
_ Sí, es cierto…
Y en este punto sufro. No
sabía lo que iba a pasar en la vida de este señor en esa época, pero fue como
si lo hubiese pronosticado. Intuyo que sus papeles posteriores tienen mucho que
ver. Espero equivocarme.
Voy a lanzar mi botella al
mar como hizo Julio cuando le escribió esa historia genial a su admirada Glenda:
_ Como diez años antes de eso
(o un poco más), yo no estaba pasando el mejor momento de mi vida, cuando en la
televisión pasaron una película tuya que me conmovió profundamente. Eras un
minero desempleado que no se resignaba y terminaba arruinando su vida. Me vi
reflejada en la protagonista de esa historia y ese tipo (que no era el que
tenía en casa, pero hacía las mismas estupideces), comenzó a ser mi
inspiración.
Y después pasaron una tras
otra, películas en las que eras un escocés heroico, un artista que se enamora
de una madre que es obligada a dejarlo, otro que defiende a su hijo y va preso
por él, otra en la que fuiste un médico que deja todo por una paciente a la que
quieren hacer pasar por desquiciada para quedarse con su propiedad…
_ Hola… ¿Me puedo sentar?
_ ¡Te advertí que iba a hacer
volar este avión si te levantabas del asiento!
_ Es la hora del catering.
Los demás se fueron a almorzar.
_ No me había dado cuenta…
_ Estabas muy ocupada
escribiendo.
_ Siempre me pasa. Me evado
de mi propia realidad…
Me sonrió y me sentí una
pavota. Supe que no iba a poder decirle lo que tenía que contarle. También me
pasa siempre. Por eso empecé teatro, para poder tener esa repentización que
debí esgrimir en cada ocasión en la que quedé muda y perdí alguna oportunidad
que valía la pena.
Trató de ser gentil:
_ Mi personaje en esta película
se parece a los que hacías referencia…
_ Tu actuación siempre es
creíble. Te creo más ahora que antes. Eso me preocupa.
_ No entiendo…
_ Yo sabía que estaba
deprimida cuando veía esas películas en las que actuabas. Ahora, tantos años
después, pienso que estás deprimido y elegís estas películas para trabajar sin
descanso. Pero a veces parece que no estás actuando.
_ Trabajo sin descanso…
_ Había pensado tirarte una
máquina de escribir en la pierna para inmovilizarte, había pensado en saltar
del avión llevándote atado a mí…
_ ¿Arruiné todo viniendo por
mi propia voluntad?
_ Y sí. La verdad que sí.
_ Bueno, perdón. No fue mi intención. Te pido mil disculpas.
Se levantó y se fue.
Soy una boluda.
No tengo mi foto con Viggo ni
con Neeson.
A Viggo me lo puedo cruzar
alguna vez por Buenos Aires y sé que es macanudo (y si quisiera una foto con él
o un autógrafo, me lo daría). Pero a Liam lo tengo que escribir. Es la única
manera.
Lamento tanto no haberle
dicho lo que le quiero decir…
Espero estar a tiempo de
encontrarlo todavía. Tal vez de invitarlo a mi cumpleaños. Se que él también
tiene uno ese día. Las fechas de nuestros eventos familiares coinciden y
siempre me llamó la atención.
Por ahí eso no es lo
importante.
Lo único que importa es que
sepa lo mucho que me ayudó su existencia.
Y que lo amo.
Salí hacia el pasillo, justo
donde se acaba la magia del séptimo arte y comienza el backstage, pude pispiar a Viggo.
Me ofreció un
mate, sonriendo con complicidad, como si estas cosas le pasaran todos los días.
Le dije:
_ Tenés un look juvenil. No entiendo por qué si
ustedes rejuvenecen, a mi no me pasa. Capaz por eso él no repara en mí. No se
porta como un galán…
_ Nosotros estamos dentro del film (fijate que éste,
lo hicimos hace mucho tiempo), como el explorador aventurero de: “La Rosa Púrpura el Cairo”. Vos venís a
ser una mortal. Capaz él no se da cuenta y como está laburando, no entiende que
estás colada en cada película. Te va a hacer mal.
_ Vos no le explicaste… yo te lo pedí, con la
confianza que me daba ser compatriotas e hinchas del mismo club.
_ Pero no leí lo del pen drive… o no lo habré
entendido, me hubieras explicado.
_ No me salió. Me dio vergüenza. Sabía que si
lo escribía, estaría claro. Tengo un problema de comunicación. Por eso escribo,
justamente por no poder hablar con la gente.
En un rato aparece de nuevo en esta película, estos
son los camarines de “Rubí Cairo[3]”.
_ Ya sé. Yo la elegí. Me voy a meter en la
última escena, en lugar de Andie MacDowell ¿La podrías distraer un ratito?
_ Sólo porque sos de San Lorenzo.
Y gracias a ese gesto solidario (en el momento
en que suplanté a “la chica”, que
está de regreso en su barrio suburbano jugando baseball en familia, en plena
calle), le dí un batazo a la bola que Neeson atrapa. Pero en lugar de sonreírme
como solía hacer con la ya mencionada Andie, se quedó como cortado.
Se oyó: “¡Corte!” y los de seguridad me
acompañaron a la salida.
Esta vez, encaré hacia el pasillo del cine y
traté de no llorar. El tiempo es tirano y no puedo perderlo. Es ahora o nunca.
No pude más que esperar el inicio de otra
película. Esa ya no se va a volver a proyectar.
Lamentablemente, está por empezar una de las
que no me gustan. La del tren: “El
pasajero[4]”. Que es
como la del avión. O eso creo. Esta ni me tomé el trabajo de mirarla. Ya con
ver el afiche, se que él va a estar en el andén con un chumbo.
Pensé que lo
mejor era ir al lado de la pantalla y esperar el momento propicio para
acercarme como si nada, y retomar nuestra charla anterior. Este film es
contemporáneo, así que no voy a tener que andar explicándole quien soy. Por las
dudas, me quedé cerca de la pantalla y traté de colarme antes de que empiece la
balacera. De entrada, él parece un señor normal que viaja en tren a diario, y
para que no desconfíe de mí, me lo crucé varias veces, como hacían los otros
extras, que iban y venían. En un momento, y cuando la cosa ya se estaba poniendo
brava, noté que me miró de reojo. Parpadeó y trató de contener un suspiro, como
esos en los que se cuenta hasta diez para no lanzar una andanada de epítetos de
los que después nos arrepentimos. Me dijo despacio, manteniendo la calma con
notoria dificultad:
_ ¿Otra vez? Estoy trabajando…
Me dio un poco de pena su mirada de angustia. Entonces
le confesé:
_ Esto
no es la vida real ni un mal sueño que estás padeciendo. Digamos que estás
preso en esta catarata de largometrajes que se proyectan este fin de semana. Este
complejo de cines va a cerrar por la crisis económica y nos permitieron hacer
este evento final. Soy la organizadora. Mi nombre es Sandra Bulnes, la que
eligió las películas buenas. Le tendí la mano y tuvo que pasar su arma a la
otra, para darme la suya, confundido.
_ ¿De qué evento se trata?... Nadie me informó.
_ Soy miembro de la comisión de un centro
cultural barrial. Doy clases de historia del cine, pero hay otro “colega” que da un taller similar, en el
que analizan las de acción. Estoy tratando de sabotearlo, ya que creo que
eligió muy mal las que le tocaban, y usted (lamento reconocerlo), le ha dado
mucho material.
_ ¿Está entrando en todas mis películas para
arruinar a su rival?
_ En principio sí, pero me interesa más salvar
su carrera y liberarlo de esta responsabilidad, que yo considero histórica.
_ Necesito salvar este tren ¿Le parece poca
responsabilidad, la que cargo?
_ ¿Si me quedo fuera de cámara, me permitirías
unas palabras al finalizar tu importante misión?
_ O. K.
Volví a esa frontera imaginaria que está tras
lo que no toma la cámara, y esperé con paciencia que este muchacho se deslome
por esos desconocidos, los que viven momentos tremendos mientras el tren es
sometido a las desventuras más espectaculares. En el fragor del
descarrilamiento, perdí de vista a Neeson y un señor de seguridad me invitó a
moverme “hacia fuera”, para no ser
alcanzada por la catástrofe ferroviaria.
¡Rayos! ¿Cómo pude caer de nuevo en esa trampa
hollywoodense?
No debí permitir que me tomen el pelo así…
Mis intenciones eran nobles, pero ahora esto se
tornó aún más personal.
La próxima que se exhibe, es una con mi tocaya:
Sandra Bullock, quien tiene que manejar un bondi a toda velocidad, mientras
keanu Reeves le dice que si levanta el pie del acelerador, se pudre todo. La
película se llama: “Speed[5]”
y no me parece la gran cosa, ni que sea mejor que las que le critico a Liam…
pero tal vez, Keanu haga honor a su fama de buenazo y me auxilie.
Se lo planteé
directamente mientras se proyectaban los títulos. El me comprendió
perfectamente y le explicó, primero a Sandra (que resultó ser una divina y,
como trabajó con este hombre con el que tengo que hablar, se plegó a mi causa),
fue a hablarle a Sir William, quien se preparaba para otra película. Eso me dio
la oportunidad de tomar el lugar de ella como chofer en el bus, y cuando Neeson
reemplazó a Keanu, por un momento… pudimos ser la pareja sustituta, en lo que
se proyectaba frente a los desconcertados espectadores.
Me pregunto por qué no habré elegido una de
amor. Y me respondo: “Ya dije antes que
soy una pavota”.
El trataba de seguir, de la forma más fiel
posible, las líneas del actor que reemplazaba, mientras yo, hacía lo propio
intentando explicarle en medio de semejante empresa, que me he pasado mi
carrera de guionista escribiendo para él. Como notaba que lo nuestro seguía sin
funcionar, exclamé consternada:
_ ¡Será de Dios! ¿Podrías dejar de ser tan
profesional por un momento?
_ ¡Señora! ¡El público vino a ver esta
película!
_ ¡El público merece mejores películas! ¿Cómo “señora”?
Oí de nuevo la fatídica palabra del día: “¡Corte!”
Y de nuevo quedé afuera del decorado.
Sé que el cine es una mentira, pero no soporto
más este desprecio…
Se me acaban las oportunidades. No puedo creer
que esto, al final, sea más difícil que cruzarme a este tipo en la vida real.
Está creando un monstruo…
No pienso ceder. Si quiere guerra, la tendrá.
Grité para dentro, con furia contenida: “¡Yo
soy la víctima!”
Y me encaminé hacia el camarín de Uma Thurman,
para ponerme con un poco de dificultad, su atuendo amarillo de: “Kill Bill[6]”.
Reaparecí (esta vez con una catana en la mano)
y “le disparé” a mi esquivo héroe, con
enojo genuino, al cruzarlo tras bambalinas:
_ No me dejás otra opción que romperte una
gamba…
_ ¡No! ¡Cálmese!
_ Tenemos que hablar…
Dejé el enorme sable a un lado, y él pareció
relajarse. Pero dudé… sospeché que no se rendiría de verdad. Así que cuando se
acercó sonriéndome, le arrojé la máquina de escribir que estaba a mi lado, en
la rodilla. Aunque fallé, él gritó. Fue una queja, más que un grito en sí
mismo. No quiero hacerlo pasar por un histérico o un tipo débil, pero le dí en
el tobillo y le dolió igual. Es un aparato antiguo (la máquina de utilería) y
pesa mucho:
_ Auch!
_ ¿Viste “Misery[7]”?
La de la señora que secuestra al escritor. Me pareció que era la que más me
representaba de todas las películas. No quería llegar a esto.
Te dije que no mates más, Will… para eso te
traje mis guiones. Vamos a leerlos juntos, y cuando te recuperes vas a volver
al gran cine.
Es un acto de amor. Ya lo vas a comprender.
_ ¿Me rompe la pierna por amor? Si yo se lo
hiciera a usted, me acusarían de violento, misógino…
_ Bueno, no es para tanto. Ya te va a crecer
otra… Es un chiste. No me vengas con problemas de género.
_ Me acusaron de racista…
_ ¿Me podrás prestar atención antes que termine
el evento? “¿Tengo tu atención ahora?”
_ Si no queda más remedio…
_ Mis guiones han ido mejorando, el último, de
verdad es el mejor. Y ni siquiera necesitás la pierna.
_ ¿Es un paralítico en una película que no es “de acción”?
_ No. En realidad, mientras la leés y hacemos
la pre producción, te tendrías que curar… la acción es intensa.
_ Pero sin tiros…
_ Algunos tiros vas a tirar.
_ Pero no mato a nadie…
_ Solo una persona, al inicio. Son tiros muy
certeros, la verdad…
Me miró entre enojado y risueño y me empecé a
poner nerviosa, por esto que ya mencioné, de que prefiero que lean lo que
escribo antes que explicar. No es lo mío. Me ganan siempre. Con algo de sorna,
al ver que bajé la guardia, agregó:
_ ¿Entonces?
_ Mataron a tu esposa y estás re alterado…
_ ¡Es “Taken
II[8]”!
_ ¡NO! ¡Esa no!
_ Todas las películas son iguales ¿No te das
cuenta?
_ ¡No! Esta es re original. Tiene una vuelta de
tuerca como: “Under suspiction[9]”
_ “¡Qué
original!”
_ Es un homenaje al buen cine… es difícil de
explicar sin que lo leas. Porfi… en un rato se acaba este festival. Y el único
espacio de cine en el que pude tener la manija alguna vez.
Es como una metáfora de mi vida.
Mañana todo volverá a ser como siempre. Como
nunca debió haber sido.
Solo es otra causa noble más a la que adherí
con pasión y en la que fracaso.
Perdoná.
Y cuando me disponía a dejarlo, vencida, me
dijo:
_ Lo que sí me resultó curioso es lo de la
fecha de tu cumpleaños…
_ ¿Viste? Y la tuya casi, casi, coincide con la
de mis pibes. Así que siempre estamos celebrando los mismos días del año. A
veces, mientras preparo la torta en esos días, te imagino haciendo lo mismo.
Bueno, me imagino que vos las encargarás… yo siempre trato de ahorrar gastos.
_ ¿Y qué edad tienen los tuyos?
_ La misma que los tuyos…
_ ¡Jodeme!
No quisiera decir que me la he pasado pensando
en eso mismo, para no terminar con una guasada este relato (pero con este
doblaje, argento, me resulta casi imposible). Nada me haría más feliz…
Y adoro los finales felices.
THE END
María Elsa Rodríguez
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