“Una
palabra tuya bastará para sanarme”, piensa Nacha una y otra vez. La porteña “incurable”, casi se quema los
dedos con el cigarrillo que se consume sin haber sido tocado, mientras divaga
mirando al cura en la soleada California.
Ha dejado de fumar, pero no el cigarrillo… el viejo vicio de tenerlo encima, envuelta en ese olor, le recuerda a Buenos Aires. Como el tango (música que detestaba mientras vivía allá, pero ahora la hace llorar nostalgiosa). Inclusive, se sorprende canturreando alguno. Por culpa del cura uruguayo.
¿Qué lugar es este para venir a enamorarse de un “oriental”? Un oriental del Cono Sur.
Debe tratarse de un error, como el mismísimo viaje ¿Quién iba a decir que se arrepentiría de dejar un lugar tan inexplicable comola Argentina ?
Buenos Aires, específicamentela
Capital. No conocía más que alguna ciudad balnearia de la Provincia de Entre Ríos
y la costa uruguaya. Pero Uruguay, es otro país aunque no se note. Da lo mismo
ir a Entre Ríos que a Uruguay… misma distancia, puente parecido… hablan igual.
Es más raro que un porteño viaje al norte o al sur de Argentina, que cruce “al país oriental”.
La cuestión, es que ahora escucha como el sacerdote de “Colonia, Uruguay”, canta un tango en “Santa Mónica, California”.
El hombre es, a simple vista, un yanqui medio rubión, bastante pintón, diríamos. Pero no. “La vida te da sorpresas”.
En Buenos Aires no iba a misa ni oía tangos… “nadie es Profeta en su tierra”.
Nacha, aplaude como los otros latinos que se acercan a felicitar a Guido, el curita que les enseña a hablar “en gringo”. En inglés, bah! Aprovecha su pasión por la música y los pone en el coro para que se animen a “chamuyar” la lengua de Shakespeare. Un piola el flaco…
Pero ella no es ni tan macanuda como él ni tan simpática. Aún no ha hecho el menor esfuerzo por congeniar con nadie. Su hija Amelia… “Amelita” ahora, rebautizada por toda esta gente extraña, le recrimina que sea tan cerrada: “por esa actitud, no nos quieren… ¿De qué te la das?”La Joven
no parece extrañar la crisis económica ni el dulce de leche ni una mierda… tal
vez porque se consiguió novio y se lo está pasando bomba. Al menos mejor que
una “vieja cuarentona resentida”. Lo
de “vieja” duele… no
está dicho cariñosamente… lo de “resentida” no es del todo incorrecto. “Re sentida” con el tipo que la
arrastró a este sitio y se volvió arrepentido a la Patria que los vio nacer, a
los dos meses de llegados, dejándola “con
la criatura” y los problemas idiomáticos. Y económicos… igual que
antes, pero peor. El tema que le molestaba a Amelita, era justamente, que por
resentimiento, por capricho, por no aflojar, no se volvía de una buena vez “a su sitio”. Y la fastidiaba a
ella, al final.
“¿Por qué no habré nacido nene?” dice en voz alta Nacha (pero para si misma), como una queja contra el destino… “¿Incorrecta repartija de cromosomas?”, le responde Guido sonriente (y, con un acento que no le molesta en absoluto).
Se disculpa sonrojada, sin saber muy bien que carajo ha dicho “para afuera”. Una pena que el cura sea simpático, uruguayo y tan lindo muchacho. ¡Qué injusticia! Los hombres son siempre tan imperfectos…
Con el único con el que hablaría de buena gana y no le puede decir lo que está pensando… ni lo que viene maquinando como loca hace días ¿La nena pensará lo mismo? “No nos vamos a pelear por un chabón”, se promete, recordando que, Amelita tiene novio…”pero eso es curable. Aparte, el padre nos va a plantar a las dos”... Si no era un reprimido, era un desquiciado, un pervertido ¡Un insensato!
¿A qué edad un muchacho decide tomar los hábitos? Dejando con este solemne sacrificio (al menos para la vista del público) los demás “hábitos” normales de la gente.
Su madre siempre contaba una vieja historia de una tía que se había hecho monja, porque los hermanos se burlaban de ella, quien había perdido una oreja cuando se le derramó aceite hirviendo encima, siendo muy niña. Las monjitas del convento la mimaban y la adolescente en que se convirtió, prefirió quedarse en ese lugar más amable que su propia casa.
Pero un pibe… un lindo pibe como este: ¿Qué problema lo puede llevar a entrar a un lugar con el fin de ser un sacerdote para toda su vida? Se supone que un adolescente con las hormonas “a full”, no piensa en un monasterio…
¿Habrá tenido el bueno de Guido, un accidente vergonzoso de chico?
¿Vocación?
¿Será gay y esto le permitía estar con los otros muchachos?
¿Le gustarían las criaturas?
Lo había visto jugar a la pelota con los nenitos en el parque una tarde… justamente eso era lo que la había conmovido. Era la imagen de una película viejísima: “El cura Lorenzo”… el tipo corriendo como Sandrini[1], en un “picadito”.
Después lo vio besando ese trapo azul y granate que se ponía sobre los hombros para dar misa. ¡Cuántas coincidencias! Los mismos colores del club de fútbol que funda el Padre Lorenzo: “San Lorenzo de Almagro”.
Por supuesto se consiguió una remera azul y roja, que no logró despertar la menor emoción en Guido… ¡Qué era uruguayo e hincha de otro club del país de él! Y le gustaba más la música, por supuesto. Evidentemente estaba empecinado en hacerla enojar…
¿Quería guerra? ¡Pues la tendría!
Su hija, intentó en vano, recordarle que “era un hombre de Dios”. Nacha, de cualquier forma, no era creyente. Pero si, muy observadora. A simple vista, las demás feligresas de la congregación de Guido, como ella, esperaban que al final afloje… y no fuera “tan” religioso. No tenía, en efecto, muchos varones en su rebaño, el padre. Seguramente, eran putos y venían por lo mismo que las chicas.
“Pobre muchacho”, pensó la pecadora… y se fue a confesar.
Le dijo redondamente lo que sospechaba de esta especie de confabulación que se gestaba entre los concurrentes a su parroquia, con el único fin de tentarlo. En general, Guido hizo silencio, pero en algún momento, creyó escuchar que reía despacito. No estaba muy segura de cómo interpretarlo. En un punto, creyó que tal vez lo había conmovido. Lo sospechó al notar que no le daba una penitencia normal, de esas que consisten en rezar un “Padre Nuestro” o dos “Ave Marías” y “listo el pollo” hasta la semana que viene… el caballero, salió del confesionario y se sentó a su lado a seguir charlando del asunto, en uno de los bancos de la iglesia. Nacha, la que detesta ser “una señora mayor”, lo escucha decir amorosamente: “¿Mayor que quien?”. Y le rompe el encanto a la cuestión uno, sentado detrás, que interrumpe: “mayor que todas esas que esperan su turno al lado del confesionario”.Guido, levantándose para dirigirse a cumplir su importante misión, le aclara a la ofendida Nacha: “él también es argentino”. Ni duda cabía… “otro jodido”. Molesto, fastidioso. Un insoportable. La mujer lo miró con todo el odio que solo un argentino siente por otro y le espetó lo que se merecía el cabrón: “¡Andate a la puta que te parió, pelotudo!”. Y, acto seguido se fue ella.
Tardó en volver, un poco por vergüenza, y el otro poco también.
Se sorprendió al saber que Guido había sido trasladado y en su lugar estaba otro sacerdote.
No supo muy bien como tomarlo. Se sintió confundida y algo culpable un tiempo, hasta que su hija llegó un día muerta de risa y le contó que había sabido por donde andaba el curita cantor…
Guido, había dejado los hábitos de monje, para irse a Las Vegas.
“Lo sabía”, contestó con resignación Nacha. Después charlaron acerca de la conversación que mantuvo con el ex cura, la última vez que lo vio. Amelita, como él en esa ocasión, medio se reía y escuchaba. Después le dijo que estaba equivocada. La madre se quebró y en medio de un estallido bramó: “¡Los espanto! Siempre los espanto… se van con otra, los traidores.”Y no era así, pero no quería escuchar lo que la chica trataba de contarle. No se había largado con otra de sus feligresas, ni con otro… eran una banda, digamos. No, tampoco es lo que ustedes creen.
Tal vez, en un punto, Nacha había tocado alguna fibra íntima del uruguayo, pero no de la manera en que había sospechado.
“El niño”, ese joven que había sido Guido… había querido ser cantante, bailarín. Pero el lugar al que pudo acceder para expresarse, no era otro que el coro de la iglesia del pueblo, así que tal vez como aquella muchachita que se quedó con las monjas, había permanecido en ese espacio feliz hasta que el traslado a Las Vegas le permitió ingresar al “Cirque du Soleil” aprovechando sus cualidades artísticas y sus conocimientos de idiomas para realizarse de una buena vez.
“¿Se hizo artista?”. Bueno, ya lo era, pero ahora salía de gira…
Nacha se quedó pasmada. Se sintió extrañamente ofendida pero contenta, en un punto.
El domingo siguiente, observó con suma atención al cura nuevo y, como era su costumbre, desoyó por completo la misa. Le pareció que este nuevo hombre, se parecía a Sean Penn.
“Lindo muchacho”, pensó Nacha…
María Elsa Rodríguez
Ha dejado de fumar, pero no el cigarrillo… el viejo vicio de tenerlo encima, envuelta en ese olor, le recuerda a Buenos Aires. Como el tango (música que detestaba mientras vivía allá, pero ahora la hace llorar nostalgiosa). Inclusive, se sorprende canturreando alguno. Por culpa del cura uruguayo.
¿Qué lugar es este para venir a enamorarse de un “oriental”? Un oriental del Cono Sur.
Debe tratarse de un error, como el mismísimo viaje ¿Quién iba a decir que se arrepentiría de dejar un lugar tan inexplicable como
Buenos Aires, específicamente
La cuestión, es que ahora escucha como el sacerdote de “Colonia, Uruguay”, canta un tango en “Santa Mónica, California”.
El hombre es, a simple vista, un yanqui medio rubión, bastante pintón, diríamos. Pero no. “La vida te da sorpresas”.
En Buenos Aires no iba a misa ni oía tangos… “nadie es Profeta en su tierra”.
Nacha, aplaude como los otros latinos que se acercan a felicitar a Guido, el curita que les enseña a hablar “en gringo”. En inglés, bah! Aprovecha su pasión por la música y los pone en el coro para que se animen a “chamuyar” la lengua de Shakespeare. Un piola el flaco…
Pero ella no es ni tan macanuda como él ni tan simpática. Aún no ha hecho el menor esfuerzo por congeniar con nadie. Su hija Amelia… “Amelita” ahora, rebautizada por toda esta gente extraña, le recrimina que sea tan cerrada: “por esa actitud, no nos quieren… ¿De qué te la das?”
“¿Por qué no habré nacido nene?” dice en voz alta Nacha (pero para si misma), como una queja contra el destino… “¿Incorrecta repartija de cromosomas?”, le responde Guido sonriente (y, con un acento que no le molesta en absoluto).
Se disculpa sonrojada, sin saber muy bien que carajo ha dicho “para afuera”. Una pena que el cura sea simpático, uruguayo y tan lindo muchacho. ¡Qué injusticia! Los hombres son siempre tan imperfectos…
Con el único con el que hablaría de buena gana y no le puede decir lo que está pensando… ni lo que viene maquinando como loca hace días ¿La nena pensará lo mismo? “No nos vamos a pelear por un chabón”, se promete, recordando que, Amelita tiene novio…”pero eso es curable. Aparte, el padre nos va a plantar a las dos”... Si no era un reprimido, era un desquiciado, un pervertido ¡Un insensato!
¿A qué edad un muchacho decide tomar los hábitos? Dejando con este solemne sacrificio (al menos para la vista del público) los demás “hábitos” normales de la gente.
Su madre siempre contaba una vieja historia de una tía que se había hecho monja, porque los hermanos se burlaban de ella, quien había perdido una oreja cuando se le derramó aceite hirviendo encima, siendo muy niña. Las monjitas del convento la mimaban y la adolescente en que se convirtió, prefirió quedarse en ese lugar más amable que su propia casa.
Pero un pibe… un lindo pibe como este: ¿Qué problema lo puede llevar a entrar a un lugar con el fin de ser un sacerdote para toda su vida? Se supone que un adolescente con las hormonas “a full”, no piensa en un monasterio…
¿Habrá tenido el bueno de Guido, un accidente vergonzoso de chico?
¿Vocación?
¿Será gay y esto le permitía estar con los otros muchachos?
¿Le gustarían las criaturas?
Lo había visto jugar a la pelota con los nenitos en el parque una tarde… justamente eso era lo que la había conmovido. Era la imagen de una película viejísima: “El cura Lorenzo”… el tipo corriendo como Sandrini[1], en un “picadito”.
Después lo vio besando ese trapo azul y granate que se ponía sobre los hombros para dar misa. ¡Cuántas coincidencias! Los mismos colores del club de fútbol que funda el Padre Lorenzo: “San Lorenzo de Almagro”.
Por supuesto se consiguió una remera azul y roja, que no logró despertar la menor emoción en Guido… ¡Qué era uruguayo e hincha de otro club del país de él! Y le gustaba más la música, por supuesto. Evidentemente estaba empecinado en hacerla enojar…
¿Quería guerra? ¡Pues la tendría!
Su hija, intentó en vano, recordarle que “era un hombre de Dios”. Nacha, de cualquier forma, no era creyente. Pero si, muy observadora. A simple vista, las demás feligresas de la congregación de Guido, como ella, esperaban que al final afloje… y no fuera “tan” religioso. No tenía, en efecto, muchos varones en su rebaño, el padre. Seguramente, eran putos y venían por lo mismo que las chicas.
“Pobre muchacho”, pensó la pecadora… y se fue a confesar.
Le dijo redondamente lo que sospechaba de esta especie de confabulación que se gestaba entre los concurrentes a su parroquia, con el único fin de tentarlo. En general, Guido hizo silencio, pero en algún momento, creyó escuchar que reía despacito. No estaba muy segura de cómo interpretarlo. En un punto, creyó que tal vez lo había conmovido. Lo sospechó al notar que no le daba una penitencia normal, de esas que consisten en rezar un “Padre Nuestro” o dos “Ave Marías” y “listo el pollo” hasta la semana que viene… el caballero, salió del confesionario y se sentó a su lado a seguir charlando del asunto, en uno de los bancos de la iglesia. Nacha, la que detesta ser “una señora mayor”, lo escucha decir amorosamente: “¿Mayor que quien?”. Y le rompe el encanto a la cuestión uno, sentado detrás, que interrumpe: “mayor que todas esas que esperan su turno al lado del confesionario”.Guido, levantándose para dirigirse a cumplir su importante misión, le aclara a la ofendida Nacha: “él también es argentino”. Ni duda cabía… “otro jodido”. Molesto, fastidioso. Un insoportable. La mujer lo miró con todo el odio que solo un argentino siente por otro y le espetó lo que se merecía el cabrón: “¡Andate a la puta que te parió, pelotudo!”. Y, acto seguido se fue ella.
Tardó en volver, un poco por vergüenza, y el otro poco también.
Se sorprendió al saber que Guido había sido trasladado y en su lugar estaba otro sacerdote.
No supo muy bien como tomarlo. Se sintió confundida y algo culpable un tiempo, hasta que su hija llegó un día muerta de risa y le contó que había sabido por donde andaba el curita cantor…
Guido, había dejado los hábitos de monje, para irse a Las Vegas.
“Lo sabía”, contestó con resignación Nacha. Después charlaron acerca de la conversación que mantuvo con el ex cura, la última vez que lo vio. Amelita, como él en esa ocasión, medio se reía y escuchaba. Después le dijo que estaba equivocada. La madre se quebró y en medio de un estallido bramó: “¡Los espanto! Siempre los espanto… se van con otra, los traidores.”Y no era así, pero no quería escuchar lo que la chica trataba de contarle. No se había largado con otra de sus feligresas, ni con otro… eran una banda, digamos. No, tampoco es lo que ustedes creen.
Tal vez, en un punto, Nacha había tocado alguna fibra íntima del uruguayo, pero no de la manera en que había sospechado.
“El niño”, ese joven que había sido Guido… había querido ser cantante, bailarín. Pero el lugar al que pudo acceder para expresarse, no era otro que el coro de la iglesia del pueblo, así que tal vez como aquella muchachita que se quedó con las monjas, había permanecido en ese espacio feliz hasta que el traslado a Las Vegas le permitió ingresar al “Cirque du Soleil” aprovechando sus cualidades artísticas y sus conocimientos de idiomas para realizarse de una buena vez.
“¿Se hizo artista?”. Bueno, ya lo era, pero ahora salía de gira…
Nacha se quedó pasmada. Se sintió extrañamente ofendida pero contenta, en un punto.
El domingo siguiente, observó con suma atención al cura nuevo y, como era su costumbre, desoyó por completo la misa. Le pareció que este nuevo hombre, se parecía a Sean Penn.
“Lindo muchacho”, pensó Nacha…
María Elsa Rodríguez
[1] En realidad, la película está protagonizada por
Angel Magaña… pero Nacha, como tantas otras cosas, no lo recuerda tal cual es.
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