Michael
Jackson no murió, queridos lectores.
No al menos en la fecha y lugar que se publicitó
por los demás medios de comunicación para
ocultar la verdad. Una verdad dolorosa (sobre todo para él, que la vivió… hasta
que derivó en el mortal desenlace).
Sé que pongo
en peligro mi propia existencia al confesar estos penosos sucesos, ya que la
familia Jackson no dejará de desacreditarme (en el mejor de los casos). Los
creo capaces de cualquier cosa… incluso de provocarme un “lamentable accidente”.
Si algo me
ocurre, ésta es la prueba del delito:
Los acuso de
malversación de fondos y negligencia criminal.
No quiero
seguir callando. Este silencio va en contra de mis principios de verdad como
periodista.
No puedo
revelar mis fuentes, aunque una de ellas es el propio cadáver que fue llorado
por millones de fans alrededor del mundo. No creo que él me reproche la confesión
a esta altura; ya que descansa sin paz, como su patrón.
“Yo no soy yo” me
dijo el bailarín justo antes de que una turba de musculosos vestidos de
policías lo arrastraran lejos de mí. Eso ocurrió antes del fatal desenlace mediático.
Apenas pude reconocer su rostro (y no me refiero al efecto de las múltiples
cirugías que se le endilgaban). Podrán reprocharme que mis entrevistados son personas
de pocas palabras… pero sus respuestas lo dicen todo, y gracias a ese indicio pude
recabar la información necesaria para anunciar hoy lo que se ocultó por tanto
tiempo. Tras esta revelación inicial, pude saber que al verdadero Michael lo suplantaba
éste a quien la gente aplaudió por años pensando que era el verdadero rey del
pop.
Sí, señores: el
paliducho cadáver que tuvo una muerte asistida por el médico de Michael Jackson
no era otro que su empleado. Un joven que hacía las veces de doble de la
estrella para que el divo pudiera “descansar
en paz” de su agitada agenda. Irónico.
La verdad es
que Mike está muerto, pero por otro tipo de sobredosis no tan glamorosa, pero
no menos extraña. Se sabe entre los más íntimos que su adicción a la lavandina
lo perdió hace mucho…
Un allegado
me relató que primero se conformaba con chapuzones continuos en su piscina
llena de cloro. Pero no tuvo la paciencia de santo
que ese método de blanqueamiento le hubiera demandado; así que, una tarde ingirió –de un solo saque–
una Ayudín completa. Su cuerpo no lo pudo soportar: “Blanqueado mortal”, amigos.
Es triste
que esta muerte sea tan absurda, como la que se brinda como oficial.
Lo bueno del
caso sería que fue su decisión. Tal vez la única que pudo haber tomado (valga
la redundancia) por su cuenta.
Pero deseo,
por sobre todas las cosas, que se sepa que el verdadero homicidio y/o “descuido” que provocó el deceso conocido
no fue más que un tema de malversación de fondos; de “lavado de dinero” –casi podría decir si no sonara risueño (pero
poco feliz en este caso)–. Podría afirmar que el médico del difunto “Number One” colocaba en la mesa de luz
de la víctima número dos, ya por costumbre, lavandina barata (ninguneándolo y quedándose
con los vueltos). No la sustancia que inducía el sueño, como se publicó por
doquier y valía fortunas. Artilugio lleno de desprecio, criminal y sin sentido…
¡Vergonzoso y absurdo!
El segundo
occiso ya era blanco.
Pero la
familia de Michael Jackson no lo reconocerá jamás, aunque el fantasma los ronde
tímidamente hasta que se vuelva zombie como en: “Thriller”.
María Elsa
Rodríguez
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