Así como fue necesaria la vuelta al barrio (algunos lo han comparado con el regreso al primer amor), yo quiero hablarles de empatía, de solidaridad, de restitución de mi filiación o de colores de nacimiento. La verdad, no sabría qué título nobiliario o código de trámite le cabe a este asunto personal que quiero compartirles en este sentido acto, pero se trata de rememorar ese instante en el que elegí sin presiones la camiseta. Yo era como ese calcetín que el centrifugado expulsa de su grupo de pilchas de pertenencia y queda en un oscuro e ignoto lugar del lavarropas hasta que unas manos sanadoras lo rescatan (en un merecido service), para regresarlo a la senda de la que no debió alejarse.
Piensen en esa oscura espera e imaginen mi alegría, al ver de nuevo la casaca de Los Matadores en un evento donde se presentaba un libro, como treinta años después, o quizás más.
No era el espacio en el que esperaba verla, pero me llevó de vuelta a mi más tierna infancia, en la que padecí el mote de “Oveja Telch”, por mi ensortijado look capilar (en pleno furor del pelo lacio) y, quizás eso fue lo que me alejó del club o lo que me había hecho olvidar ese estilo de las franjas anchas que a mi papá le gustaba tanto.
Tras esa gloriosa época, el pobre hombre sufría
los partidos de forma angustiante. Había llegado a creer que él era el culpable
de que el equipo de sus amores perdiera. Crecí entre corridas al kiosco del
barrio en busca de su par de atados de cigarrillos: “Particulares
Mamá me tenía a mí de aliada, según creía mi viejo, quizás yo no parecía ser una hincha más (de ninguno de los dos cuadros, en realidad, pero eso no era importante). Lo que le importaba, era que ni uno de sus tres hijos le había salido “Cuervo”. Incluso mis hermanos, resultaron ser fanáticos de cierto equipo al que (según mi padre me contara) al “colgarle la camiseta” azulgrana en el arco, se producía cierto campo magnético, cual maleficio que provocaba la inexorable derrota y la necesidad de recordarles que “son hijos nuestros”. Lo decía como si no se resignara a que mi interés por el deporte “del balonpié” fuera tan inexistente como con el resto de las actividades deportivas en general. Me echaba en cara que no hubiese sido como Gabi Sabatini y que no continuase yendo al club a jugar al basquet (aunque fue testigo de que no tenía el menor talento ni interés en semejante empresa) como él quería. Pero me reconoció que al menos “todo el día leyendo”, yo algo iba a aprender (no como esos viles que ni lo habían aprovechado). El no había podido estudiar más que hasta tercer grado, así que el club “de su barrio”, ese que lo cobijó desde purrete y nosotros no apreciamos (tal vez porque no vivimos ahí, ni cerca), había sido su casa y su escuela. Allí hizo deporte y amigos entrañables, forjando lazos eternos y recuerdos felices.
A mi me encantaba oír sus relatos, calculo que
por eso me gusta el folklore del fútbol. Esos chistes entre los simpatizantes,
las anécdotas desmedidas en las que parecen pescadores contando que sacaron el
pez más gordo o las historias de Soriano cuando era pibe y que me remiten a mi
padre, siempre. Sobre todo desde que se fue y me emocionan de otra forma.
Esa mañana hablamos y nos escuchamos.
Sobre todo yo lo pude escuchar, por la lucidez
que tuvo de pronto y por la necesidad que tenía de decirme cosas. La más
importante para él fue un pedido que casi imploró, pero que disfrazó con ese
tono zalamero que le ponía a algunas cuestiones, cuando eran medio tiradas de
los pelos, las creía condenadas al fracaso, se había mandado alguna macana o no
la podía disfrazar: “¿Te vas a hacer de
San Lorenzo? Vos no sos como tus hermanos…”
Y no, yo fui diferente.
Le di el gusto, en ese momento, para que se
quede tranquilo, pero luego era como un dilema moral, hasta el día de los 100
años de San Lorenzo. También se cumplía el aniversario de la muerte de mi
hermano, el que papá defendió cuando fue necesario, cuando nadie más se jugó.
Nunca me había dado cuenta.
Tomé esa y otras importantes decisiones mirando
la tele esa noche, con la emoción que se me colaba hasta el cuore, recordando con
lágrimas en los ojos, montones de momentos que solo yo guardo ahora.
De aquellos, soy la que queda para contar esta
historia y las suyas.
¿Viste cuando todo te cierra?
Creo que ese día fue cuando me enamoré de San
Lorenzo.
María Elsa Rodríguez
(Lula Marula Escritora de Ficción)